miércoles, 26 de mayo de 2010

Tivoli Gardens y el Bosque de Sherwood


Jamaica. Ese verde trazo de acuarela en el Mar Caribe se tiñe de rojo en estos días. Resulta que un narcotraficante, aparentemente, retó la autoridad del oficialismo. La consecuencia tiene ribetes de guerrilla civil. Kingston, que nunca ha sido una ciudad tranquila, echa humos por varios flancos.

Fue en el 1987 que visité este paraíso angloparlante y prieto. Una de las cosas que más me llamó la atención fue observar una fortificación colonial amurallada, vigilante hacia el mar, pintada a brocha color blanco, como se pinta una casa. Aquello era una mancha en el horizonte. Ahí me di cuenta que esta gente hacía las cosas de otro modo. Habiendo visto yo varias plazas fuertes en su estado original, aquel fortín daba al traste con el pasado y el presente.

En aquella ocasión estuve solo horas en Kingston. Mi destino final era Negril, al Oeste de la Isla. Si bien Jamaica parece un paraíso pude ver por los intersticios de su gente que había algo rancio entre tanta belleza. En ruta hacia Negril vi casas de campañas desparramadas por doquier y vi miseria. Algún tiempo atrás un huracán
había desgarrado la Isla. Las instituciones del gobierno jamaiquino, pensé en aquel momento, eran disfuncionales. Hoy creo que el tiempo me dio la razón.

Ahí entra Christopher Dudus Coke. Un hombre de 42 años que mantiene un imperio de drogas y además licita y obtiene contratos oficiales para realizar obras al propio gobierno. En esas gestiones salpica a la gran mayoría de los burócratas y políticos. Se ha enraizado como benefactor de su comunidad, Tivoli Gardens.

Desde su estancia de poder, se dice, Dudus ha provisto a comunidades de aquello que el Estado –por la razón que sea- no tiene capacidad de brindar en cumplimiento del contrato social. Eso lo hace un hombre peligroso. Supongo que para su gente, Dudus Coke es como un Robin Hood. Con ese nombre y la lealtad que muestra por él la gente de su barrio, no dudo que se convierta en un mito; en una de esas leyendas que solo nacen en el clandestinaje, y solo se conoce y perdura de boca en boca. Dudus Coke de Tivoli Gardens.

Estados Unidos dictó auto de extradición en contra de Dudus a mediados de mayo de 2010. Jamaica rehusó extraditarlo. Pero por algún ejercicio “diplomático” el primer ministro ha ordenado su captura. La presión fue demasiada. A ese mismo primer ministro se le relaciona en su circunscripción con el fugitivo. Lo que me lleva a pensar cuán turbio es todo esto de la política, la democracia y el tráfico de drogas. Lo que me lleva a pensar que mientras alguien necesite ser electo por una mayoría de votantes, habrá quien venderá su alma al diablo en más de una ocasión, sin importar en qué infierno transige, con tal de aferrarse al poder. Y en más de una ocasión traicionará a cuantos tenga que traicionar para adquirir el voto de una masa de pobres infelices, de los que luego se olvidará. Y entonces saldrá un Christopher Dudus Coke. Y otro y otro y otro.
No sabemos cuánto costará su captura. Mil efectivos armados hasta los dientes, en una andada desquiciada, busca al prófugo puerta por puerta. Miembros de la comunidad Tivoli Gardens se lanzaron a la calle y quemaron varios cuartelillos de la autoridad oficial. Se dice que muchos de estos ciudadanos darían la vida por Dudus. Por lo pronto, se dice que han muerto 60 personas y hay doscientos heridos. Civiles en su mayoría. Ese mal llamado “daño colateral” es de seguro entre desposeídos y gente de a pie que se siente en deuda con Dudus.
Los que miramos desde lejos, fácilmente nos confundimos. ¿Será Dudus Coke un tipo tan malo que requiera que, con tal de capturarlo, se mate tanta gente? ¿Vale la pena pagar el precio de ajusticiar a alguien, a costa de que muchos otros perezcan ignominiosamente, y defendiéndolo?
Claro, Robin Hood solamente existe el Bosque de Sherwood.

lunes, 24 de mayo de 2010

Ayer y Hoy


Fue un cuatro de mayo y empezaban los años 70. El presidente Richard Nixon había sido electo en 1968. Vietnam era el infierno en la tierra y su escalada exacerbaba la opinión pública a través del mundo. Camboya recibía un azote de fuerzas norteamericanas. La posibilidad de conscripción militar amenazaba con desarraigar a la juventud de sus centros de estudios. Y en la Universidad de Kent, Ohio, -fundada en 1910 y con un impacto comunitario encomiable- los estudiantes decidieron hacer algo al respecto. Comenzaron sus marchas. Simpatizantes se adhirieron. El alcalde de la ciudad comenzó a incomodarse. El comercio, los bares, los bancos tuvieron que cerrar. Y entonces, luego de llamarlos “comunistas”, “anti americanos” y “lo peor que se haya criado en América”, llamaron a la guardia nacional del Estado. Les pidieron que se dispersaran, que abandonaran la protesta y se fueran del campus. Se encendieron los ánimos. Hubo intercambios violentos –piedras, gritos y botellas entre estudiantes y militares-. Los soldados calaron bayonetas y dispararon. Dispersado el humo de las armas de fuego, cuatro estudiantes yacían muertos. Investigaciones, culpas y recriminaciones sucedieron a los hechos, como es de esperar. Mil y una versiones, inculpatorias y absolutorias, plagaron medios y tribunales. Un alumno de comunicaciones de la Universidad de Kent utilizo una grabadora “reel to reel” y colocó un micrófono en la ventana de su dormitorio y grabó la secuencia histórica de la que alguien dice se puede concluir que dieron la orden de disparar. John Paul Filo, estudiante de fotoperiodismo, también capturó visualmente un doloroso instante con su cámara Nikkormat, lo que le valió reconocimiento mundial con un Premio Pulitzer.
La revista Time concluyó que "triggers were not pulled accidentally at Kent State".
Los hechos en Kent, detonaron el fervor estudiantil en todos los Estados Unidos. Cuatro millones de estudiantes se unieron a las protestas y novecientas universidades cerraron sus campus. Ese fue el saldo. La injusticia tiene siempre ese efecto de dominó.
La experiencia de la Universidad de Kent presenta congruencias extrapolables con la huelga de nuestros Universitarios. Obviamente no en todo. Ayer, como hoy, se protesta por la injusticia. Hoy, como ayer, se les tilda de comunistas y delincuentes. Ayer y hoy, era y es necesario encender un debate público. Ayer, en los 70, había una guerra muy injusta. Hoy, en nuestro país, estamos en guerra con nosotros mismos por desazón e injusticias. Ayer y hoy, son los estudiantes -con ese idealismo visceral- quienes nos recuerdan que hay que corregir las infamias. Hoy y ayer, se les azuza con cuerpos paramilitares o soldados de carrera. Ayer ni hoy tampoco a los estudiantes “le asustan las balas ni el ladrar de la jauría.”
Sin embargo, contrario a ayer, todos estamos viendo. Todos estamos escuchando. No hay una sola voz oficial que nos engatuse con medias verdades. Hoy, los estudiantes de comunicaciones, con muchos más recursos que sus pares de la Universidad de Kent ayer, han mantenido sus manifestaciones, consignas y razones al alcance de todos, a través de medios que también se convierten en vigilantes. Solo esperemos que a ningún ex universitario -de los que asesoran en materia de educación y seguridad- les de las infames ganas de que se calen las bayonetas. Intuyo que la paciencia del país no está para eso.

sábado, 22 de mayo de 2010

En un lugar cualquiera, aquí o en otra latitud, hay santiamenes que quisiera yo robárselos al tiempo. El instante irrepetible que se fuga después de una mirada. Un paisaje, una persona, una situación. Sobre todo si tiene un soplo de belleza. Apoderarme de ese momento, sisárselo a la vida.
La mujer de la foto parecía tener todo el tiempo del mundo. Era como una de esas estatuas que declaran perfección. Solo que con otra moda y en otra pose. La observé detenidamente. Su nariz perfectamente perfilada. Su piel clara. Su cabello rojo. Tomaba una botella de agua gaseosa “Perrier”. Lucía vaqueros y leía una revista. Nada a su alrededor la perturbaba. Era ella en su espacio y su estación. Nunca imaginó que aquel instante, en el que seguramente se sentía en paz y hacía exactamente lo que le venía en gana, perduraría en una memoria tangible, en un soporte al que solo le faltaría su alma.

domingo, 16 de mayo de 2010

Asi es...

Con sombrero bombín y una casaca camuflada, ese que apodan “el flaco” lanzó una granada de canciones a un público sobrecogido ante su cantautor favorito. No es espectacular este señor, espectaculares son sus letras. Espectacular es el modo de contagiar sus ideas entre acólitos que encuentran verdades en sus coplas. Joaquín Sabina es un trovador que desguaza protocolos en sus composiciones. Arroja verdades sin necesidad de subterfugios y convenciones. Himnos para inconformes que levantan su bandera en cada geografía. Sabina lo sabe y sabe más todavía. Sabina sabe que su obra es correspondiente con su vida y viceversa; obra y vida son la misma cosa, una vez se conoce en qué zaguanes ha pululado. Conspirador, comunista, coautor y fugitivo. Exiliado, mujeriego y sibarita. Hasta las cosas innombrables le son de conformidad. De ahí la savia en sus letras. Ha vivido y dejado vivir. Y lo canta a los cuatro vientos.

domingo, 9 de mayo de 2010

Arcangeles y Trenes

...pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme.
Daniel 10:13
La Biblia Reina Valera. Edición 1960

Montserrat parecería una obra magistral de Gaudí si no fuera porque su autor es Otro. Los iniciados que pongan pie en su geografía comprenderán lo que digo. Por cincuenta kilómetros desde Barcelona, atrechados en un cómodo recorrido de una hora en ferrocarril, llega uno a esta prominencia mística. Sus rocas parecen columnas forjadas en el cielo, donde quiera que éste quede.
No imagina uno el lugar hasta que se llega a él. Su formación peñascosa parece un escenario construido a la medida de la fe. Sus farallones son milagros de la naturaleza y sus ermitas y veredas, tenacidad de hombres.
Entre rocas inmensas, la montaña ampara una abadía benedictina centenaria. Pero el esoterismo de este promontorio tiene otros entronques, que no se limita exclusivamente a la Orden de Benedicto y al monacato. Por ejemplo, antes que ellos los lugareños ya creían en “la Moreneta”, o Virgen de Montserrat, una María negra que –según me cuentan- niños pastores encontraron en esta montaña en el 880. Leyó bien: hace mil ciento treinta años. Se dice que cátaros y druidas también anduvieron por acá.
Montserrat es museo, es naturaleza, coro, es basílica, es misticismo. Y también es historia y heroísmo. Uno de sus frailes ermitaño, Bernat Boil, llegó al Nuevo Mundo acompañando a Cristóbal Colón en 1493. Durante las guerras Napoleónicas fue incendiado el monasterio. Y en tiempos revueltos de España, fue Montserrat arquetipo de resistencia catalana contra el fascismo. Se documenta que durante la Guerra Civil Española veintitrés devotos, frailes y curas, murieron durante una persecución religiosa que duró tres años.
En el monasterio hay un coro de niños que entona desde sus orígenes, allá por el siglo XIII, lo que convierte a Montserrat en la escuela de canto más longeva de Occidente. Tiene un museo con piezas antiquísimas en oro y otras riquezas. Acá el culto a la oración y la contemplación es una forma de vida. También, hay espacio para otras cosas, curiosamente, como el senderismo y los peregrinajes. Es un santuario como uno imaginó: entre escarpadas montañas que están lejos de todo y cerca de nada y al que se acude a guisa de sacrificio y devoción. En otros tiempos claro. Ahora, solo hay que querer ir.
Cuando uno termina la visita desciende del monte como se llegó: en funicular o tren de cremallera.
Mi transporte partía de regreso a Barcelona a las 17:40 (5:40 PM). Sentando en el andén desde las cinco, y faltando un mundo para la llegada de mi tren, comencé contemplar el espacio en el que estaba.
Miraba yo hacia la montaña, despidiéndome de su esplendor y magia. El sol, ya comenzaba a echarse no sin antes enviar una homilía de luz. Luz que se colaba entre dos promontorios de la montaña encantada; una luminiscencia definida y afilada como navaja.
Había silencio y la temperatura era fresca, casi fría. Entonces volteé mi cabeza hacia la derecha y allí estaba el cartelón: “El Rincón”. Algo así como un anuncio de cafetín que insinúa astutamente “ahora o nunca”. Advertencia por lo bajo de que esa última copa de vino te la pudiste tomar allí, pero una vez inicias la marcha en tren, es demasiado tarde.

Un negocito "a la vera" de los rieles del ferrocarril, es El Rincón. A las cinco y cinco de la tarde llegan voces a la desolada estación. Un argentino con su madre conversaba de lo bien que la habían pasado. De lo importante de llegar al andén a tiempo y nunca perder el tren. “El Rincón” seguía llamándome. Dudé.
5:10 “Y si pierdo el tren por distraerme” me dije.
5:12 “Pero quizás, con las cámaras y el abrigo se me hace imposible correr desde el establecimiento al vagón. Entonces perderé el tren.”
5:15 “No. Debo montar guardia por el tren. Si pierdo el tren, caerá la noche y estoy en este lugar más cerca del cielo que de Barcelona. Y en el cielo, muy pocos me conocen. Mejor no me muevo. No quiero perder el tren”
5:18 “ Por favor, sírvame una copa de vino tinto. Si Ribera del Duero, mejor. Gracias”

Tomé mis dos cámaras, el bulto y el abrigo. Camine por una senda de setos vivos. Un caballero de suéter rojo degustaba un trago y fumaba pipa sentado en un banco hecho de finas cañitas como bambúes, bajo una frondosa hiedra de majestuoso tronco, que servía de sombra y techo. Le separaba del mostrador una mesa y bastante espacio como para caminar entre ambos puestos. Al fondo, en una mesa al aire libre, dos parejas con dos chicos reían y discutían amistosamente, con acento aguardentoso, quién tenía el privilegio de pagar la cuenta.
Me sirvieron el vino. Frente a mí, como extraído de una película de época, un reloj de bordes rojos, y números romanos, marcaba el paso indefectible del tiempo. Entonces escuche la voz.
-“Esas cámaras deben ser costosas”- dijo el hombre del suéter rojo.
-“mmm, bueno, no si se disfrutan.” Contesté luego de sorber mi copa de vino purpura profundo.
- “Claro”- dijo mi interlocutor con una sonrisa relajada.
5:32 -“Al anden! Apúrate que llegará el tren, no estarás listo y sabrá dios que pasará
con tu vida”-
5:33 -“Otra copa de vino por favor. Del mismo”-


-“¿Va a comer usted? Que aquí cocinan de todo y hacen una paella”- expresa el fumador de pipa.
- “No tengo tiempo, aguardo el tren de las 5 y 40 y como ve, ya casi llega. Voy a Barcelona”. Dije con alguna resignación y un tonito de angustia.
-“Yo también voy a Barcelona pero me voy en el de las seis o en el de la siete. Pasan cada hora”-
-“En ese caso, creo que me quedaré a comer”- dije relajado, con una sonrisa de amigo. El fumador de pipa asintió como muestra de hospitalidad genuina. Luego de las introducciones de rigor supe que se llamaba Francisco y que había vivido en Montserrat por mucho tiempo, desde chico. Que fue chofer de autobús y ya se había jubilado. Vivía ahora en Barcelona; y que cada vez que podía -como ese sábado diez de abril de 2010- se llegaba hasta El Rincón para ver viejos amigos o sentirse en casa. Para sentir la espiritualidad del lugar en el que por tanto tiempo vivió. Me invitó un vino. Yo le reciproqué con el trago de su predilección: ginebra con zumo de naranja. Recordó como despertaba con las campanas del monasterio. Identificó la intensidad que palpita en mi fuero y quizás mucho más que eso. Terminamos amigos. Cuando me levanté para irme, me dijo:
- “Te voy a regalar algo. No soy religioso, pero si soy muy espiritual”- Extrajo de su billetera una pequeña estampa.
-“Esto te lo doy, no para que creas en él, sino como un símbolo, para que te acompañe.”-
La estampa es de San Miguel Arcángel. Al dorso de la estampa una oración inicia “Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha…
Quien visita Montserrat… termina creyente.

viernes, 7 de mayo de 2010


Escucho las Aguas de Marzo de Antonio Carlos Jobim. Parecería que estuviera escuchando un himno. Su melodía hechizante discurre precisamente como lo haría el agua en un arroyo. Cierro los ojos y la siento. Particularmente la versión de Elis Regina. Traducir su letra al castellano desluciría la pieza, y robaría todo su sentido. Es en portugués que la canción es una joya. Tanto así, que en el 2000 fue escogida como la pieza musical brasilera más bella jamás compuesta. No es una historia esta canción. Es un afluente de imágenes narradas al son de un bossa nova exquisito. Y aún asi, no es difícil tejer en la imaginacion una historia por cada una de sus imágenes. De ahí, a mi juicio, su encanto. Salud.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Alejandro y Diógenes


En un salón ensombrecido, que abundan en el Museo del Louvre, hay una pieza de particular fascinación. Se llama Alejandro Magno y Diógenes. Pierre Puget, su autor, demoró dieciocho años en realizar la obra en mármol de Carraca, entre el 1671 al 1689. El relieve se hizo a encargo de Luis XIV, monarca de Francia.
Es un relieve de proporciones imponentes: más de tres metros de altura y su anchura otros tantos. La pieza representa un instante de esos que quizás solo sucede en las tradiciones que van de boca en boca. Diógenes de Sinope era un filósofo de la Escuela Cínica y Alejandro Magno el militar macedonio más famoso de la historia.
Se distingue Diógenes por su absoluta renuncia a los bienes materiales y los convencionalismos sociales. De ahí, la menesterosa apariencia que reconstruye del filósofo Puget, en una escena, en ocasión de estar Diógenes ante la presencia de Alejandro, vencedor de Grecia, quien a su vez está rodeado de su alto mando. Tal parece que Diógenes le estuviera pidiendo algo al celebérrimo conquistador. Dicta la tradición que la conversación recreada en la obra de Puget fue, más o menos, la siguiente:
-“Yo soy Alejandro Magno”- dice el guerrero.
-“Y yo Diógenes el cínico”- responde el filósofo.
- “¿Qué puedo concederte?”- preguntó Alejandro. Diógenes contesta:
– “¿Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol? No necesito nada más”
Sorprendido por la seguridad y dominio del filósofo el emperador replicó:
-“Si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes”- a lo que éste le contestó:
-“Si yo no fuera Diógenes, querría ser Diógenes”-

Otro relato que llama la atención sobre el carácter de Diógenes de Sinope refiere el momento en el que se encuentra con Aristipo, filósofo de escuela opuesta, y quien podía vivir cómodamente a costa de adular al rey. Diógenes consumía un plato de lentejas. Aristipo le dice:
-“Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas”- a lo que el cínico contesta:
-“Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey”-

Antes...


Creo que estamos edificando la sociedad del desastre. Y no lo digo por pesimismo sino por lo que se vive a diario. No con poco asombro leo que tirotearon un helicóptero. Han herido a dos pasajeros, de los que se recalca son agentes del orden público. Continúo la lectura y encuentro varias otras agresiones de carácter grave contra ciudadanos de distintos géneros. En otro rotativo ojeo que le siguen los pasos a un juez. Y que a un pastor –otro entre el redil universal de religiosos- le imputan haberse propasado con una menor de su feligresía.
Lo de la sociedad del desastre me viene por la realidad de que hay bastante impunidad en esta comunidad en que vivo. No es que estemos libres de pecados. Es sencillamente que la gran mayoría de las personas que realizan una fechoría de cuenta mayor, digamos, esas que rebasan hasta el derecho natural, campean por su respeto en pública desfachatez y ceban su ego ante el relativo éxito de su empresa delictiva.

Sucede muy poco en esto de construir la sociedad soñada. He visto más justicia y solidaridad entre aborígenes descalzos. Y si las referencias van de la mano con la impunidad, como cuentas de mayor a menor se van desgranando los actos que se suman al desorden comunal. Si quien puede lo mucho puede lo poco, entonces es previsible que veamos un incremento deletéreo en nuestras relaciones sociales. Si un asesino sale ileso ante el juicio de sus pares ¿qué no podemos esperar del ratero, del corrupto, del timador, del embustero, o en resumen, del aficionado a delinquir por placer o necesidad? ¿Qué podemos esperar de ese que se asía al poder y desde su cándida investidura institucional –y el poder que acarrea- decide dividirse el “fruto del trabajo del hombre” entre camaradas y privanzas?

Hay quienes nos levantamos cada mañana y no nos queda más remedio que seguir adelante. Que vamos a inmiscuirnos en aquello que nos procura el salario y el respiro. Y en el torbellino de inclemencias, solo podemos detenernos un instante para musitar alguna que otra palabra de inconformidad, como en un tiempo pedido, entre todo el ajetreo que nos queda por delante. Y ahí está la semilla del desastre. Vivimos tan mal, que en el ánimo de encontrar el alivio, diluimos las fuerzas que debiéramos guardar y dispensar para alentar a nuestro vecino, salvar a nuestro amigo, rescatar nuestro país. No pasa nada, decimos. Porque en efecto, eso es lo que sucede. Consumimos la información que poco a poco nos anuncia el naufragio; la echamos a un lado o la comentamos en los cafetines, en el desayuno y la sobremesa, y luego de haberla salivado bastante, la filtramos por la malla de la tolerancia. Entonces nos enajenamos en una fingida privacidad, entre las cuatro paredes de nuestro reino aquí en la tierra, hasta que el impune toca a nuestra puerta. Ahí, intuimos la escalada. Ese día queremos gritar y divulgar la afrenta. Pero la denuncia irá a parar al registro tinto de una imprenta, como exordio de alguna cuartilla periodística o reporte oficial. Y no pasa nada. Será entonces, con amargura en la boca, que desearemos haber hecho algo. Antes

lunes, 3 de mayo de 2010

El dios que no lo sabia todo


La Estación de Ferrocarriles de Chamartin se encuentra al norte de Madrid. Bulle con la presencia de tránsfugas y pasajeros que no se distinguen en eso de llegar a un destino. En Chamartin, (que adopta el nombre del barrio que ocupa) llegan y salen casi sin detenerse, vagones y locomotoras que recorren gran parte del Noreste de Iberia. También converge el Metro, (valga la redundancia)bastante varios metros bajo tierra. Es una telaraña de vías muy bien servida con puntualidad y eficiencia. Desde allí llegaría en viaje nocturno de 7 horas a Barcelona. Pero esa es otra historia.
La que quiero contar tiene que ver con el ejercicio sibarita de recompensarme con un placer (uno o dos realmente).
Verán, cuando uno viaja, debe hacerlo con la ingenuidad de un niño bien educado y la curiosidad de un gato precavido. Debe uno observar todo lo que se puede ver, palpar todo lo que se puede tocar y saborear todo lo que se puede probar. Y digo “puede” con el entendido de que lo que se mire, se toque y se pruebe no nos haga daño al cuerpo ni al espíritu.
Aclarado el punto y de regreso al hedonismo consustancial a un viaje como este, les narro que hubo un instante donde miraba a dos chicas -era posible verlas, inevitable observarlas pero poco probable palparlas- que consumían dos tazas de un espeso y aromático brebaje. Ese -me dije- ya lo veo, me falta palparlo y saborearlo. Fue así como, previa una liviana y respetuosa introduccion, di con una taza humeante, espesa y fragante de chocolate. Me la invitaron Conchita y María José. Yo agradecí genuinamente. Mi tren partía a las once de la noche. Las chicas se marcharon no sin antes cruzar palabras amables. Y ahí estaba yo: dispuesto a observar, palpar y saborear lo que me dejaron aquellas damas. Una taza de viscoso y delicioso chocolate. No sabía el generoso dios maya Kukulkán -quien obsequió el cacao a sus acólitos- que miles de años después, no uno de sus devotos, sino yo, estaría frente a un pocillo ardiente de su aclamado agasajo.

Barajas de Richard







Hace algo más de un mes decidí tomar un avión a Madrid. A un cuarto de siglo de ausencia, no imaginé lo que encontraría. Lo antes visto y leído realmente no se ajustaba a esa realidad fabulosa que estremeció mis sentidos en esta ocasión. En mi primer viaje tenía veinticinco años. Hoy, casi a mis cincuenta, hay mayor agudeza para disfrutar ese país. Mis sentidos se deleitaron con renovado interés por una observación mucho más acuciosa. Eso derivamos del viajar y este caso no fue la excepción. Fue una experiencia que atesoraré hasta el fin de mis días, sin implicar ni por un instante que no regresaré.

El trayecto a España, una vez oculto el sol, equivale a una sinuosa noche de insomnio. El desagravio al trasnoche comienza con la llegada a un aeropuerto internacional que recibe más de cincuenta millones de pasajeros al año. Sus instalaciones modernas -y no menos que espectaculares- son obra del arquitecto Richard Rogers, un profesional fuera de serie, responsable de la corriente conocida como Arquitectura High Tech y quien también perteneció al equipo que diseñó el no menos famoso Centro George Pompidou de Paris. El Aeropuerto de Barajas es el prefacio perfecto a un país del Viejo Mundo lleno de vitalidad que a pesar de sus asentamientos urbanos antediluvianos palpita con rejuvenecido vigor.