Parecería extraído de un cuento erótico con ribetes fetichistas. Pero una vez le miras el rostro al protagonista, te das cuenta de que no es cuento, y que se trata de esa inexorable dualidad entre la realidad y la ficción, propia de aquellas tierras dilatadas en desiertos y cundidas de genios. Pero más propia aun de los que ejercen oficios de tirano.
Me entero, quizás muy tarde, que Muammar al Gadafi, el quaid revolucionario Libio, tiene sus excentricidades. Como todo buen político, que no sabe qué hacer -ni que inventar- con todo ese poder plenipotenciario que se agencia, descubro peculiaridades que bien pueden ser material de entretenidas historias. Como las de las Mil y Una Noches.
Como eso de coleccionar chapas para lucirlas en su pecho, en un uniforme similar al de un coronel prusiano o comisionar la confección de su ropa beduina a diseñadores italianos. Pero la que más llama mi atención ,por tener una simiente perversa con carácter de leyenda, es la de las doscientas vírgenes expertas en artes marciales y armas , que configuran su guarda. Lejanos quedan los tacos altísimos que calzó, su malamañosa insistencia de ser impuntual o lo de llevar, como nutricionista, la camella de donde extrae su leche favorita. Qué se le ocurrirá el día que prefiera un helado.