sábado, 22 de mayo de 2010

En un lugar cualquiera, aquí o en otra latitud, hay santiamenes que quisiera yo robárselos al tiempo. El instante irrepetible que se fuga después de una mirada. Un paisaje, una persona, una situación. Sobre todo si tiene un soplo de belleza. Apoderarme de ese momento, sisárselo a la vida.
La mujer de la foto parecía tener todo el tiempo del mundo. Era como una de esas estatuas que declaran perfección. Solo que con otra moda y en otra pose. La observé detenidamente. Su nariz perfectamente perfilada. Su piel clara. Su cabello rojo. Tomaba una botella de agua gaseosa “Perrier”. Lucía vaqueros y leía una revista. Nada a su alrededor la perturbaba. Era ella en su espacio y su estación. Nunca imaginó que aquel instante, en el que seguramente se sentía en paz y hacía exactamente lo que le venía en gana, perduraría en una memoria tangible, en un soporte al que solo le faltaría su alma.