
La mujer de la foto parecía tener todo el tiempo del mundo. Era como una de esas estatuas que declaran perfección. Solo que con otra moda y en otra pose. La observé detenidamente. Su nariz perfectamente perfilada. Su piel clara. Su cabello rojo. Tomaba una botella de agua gaseosa “Perrier”. Lucía vaqueros y leía una revista. Nada a su alrededor la perturbaba. Era ella en su espacio y su estación. Nunca imaginó que aquel instante, en el que seguramente se sentía en paz y hacía exactamente lo que le venía en gana, perduraría en una memoria tangible, en un soporte al que solo le faltaría su alma.