Un minúsculo espacio es todo lo que necesita un grupo de artistas para ofrecer una creativa exposición titulada “Sobre la Mesa”. Esa es la propuesta del Taller Yerba Bruja, una factoría de alucinaciones en el casco de Río Piedras.
Confieso que mi visita fue la primera y decididamente no la última. Adoro el arrojo creativo y Taller Yerba Bruja es un fiel testimonio de ello. Sobre la Mesa es una simpática oferta de carácter iconoclasta. Un circuito de mesas, enajenadas la una de la otra por telones que definen un pequeño espacio, y en el que grupos de personas de seis en seis, disfrutan de breves obras interpretadas con títeres.
Las obras parecen sencillas pero su contenido y entrelínea provocan la reflexión, a pesar que de primera intención son divertidas. Ciertamente son pasillos hacia algo más profundo.
Una de las presentaciones, tiene una familia diminuta sentada a la mesa, mientras una casetera reproduce la conversación estereotipada y cierta, que se repite generación tras generación entre algunas de nuestras familias. Regaños, recriminaciones y chantajes -obviamente bajo el terrible manto del amor familiar- a la hora de la comida. Sencillamente genial.
En otra estación se presenta una gran historia de amor. Un par de zapatos que se conocieron durante un baile. En seis minutos y ante nosotros discurre la vida de la pareja hasta un desenlace de película. Quien pudiera pensar que de un calzado surjan dos caracteres de distinto genero y enamorados entre sí. Único.
Como si fuera poco, dos herramientas de cocina constituyen una familia de metiches. Sus conversaciones las hemos escuchado antes. Su olfato y afición al chisme surge natural y es muy comprensible, desde el punto de vista de entender por supuesto, su existencia.
Todo esto ocurre Sobre la Mesa. Parte del entretenimiento es moverse entre un laberinto con paredes de tela, dirigiéndose de estación en estación para disfrutar cada una de las breves obras. En fin, un milagro creativo propio del hechizo de una bruja. De Yerba Bruja, por supuesto