
Había encontrado al amor de su vida, y a la misma vez, había dado con un amor imposible. Quería llamarla a gritos; abrazarla fuerte; tenerla entre sus brazos y hasta de ella, recibir una caricia. En más de una ocasión, insomne, las cuchilladas de la soledad lo acribillaban. Herido en el sentimiento, la buscaba. Recordó haberse dicho que la esperaría toda la vida.
Salió a media noche. El instinto le anticipó que no dormiría. Con las manos en los bolsillos se desplazó a través de una noche húmeda. Solo algo llevaba en la cabeza: Ella. Podía dibujar su rostro, sentir su olor, escuchar su voz, oír su risa. Mas sabía que todo aquello quedaba solo en la imaginación. El ardid de las emociones y el demonio del amor. Una amor solitario, una amor único. Viaje de ida, nunca de vuelta.
En verdad no había risa, ni voz ronca, ni olor. No había nada. Solo instantes esporádicos con los que construyó un entramado de ilusiones que se venían abajo después de cada excusa y con cada explicación.
Caminó triste por una acera que se hacía muy larga. Una vez más se preguntó si aquella mujer era su único y verdadero amor. ¿Habrá tal cosa?
Mientras la pregunta retumbaba en todo su pecho, al cabo de un rato divisó la tenue luz de una cantina. Sintió sed. Hubiera dado cualquier cosa por compartir aquel instante con la mujer que lo trasnochaba. Su único y verdadero amor y a la misma vez, un amor imposible. Que desdicha, que desgracia.
Entró al establecimiento con la cabeza baja y los ojos con ganas de llorar. Un anciano tocaba un saxofón. Buscó una mesita anónima. Con la mirada perdida en lejanías interrumpidas, volvió a imaginarla. Siempre ella, tarde, día y noche. ¿Por qué? Con cada visión un ardor en el pecho. De nuevo y como siempre, hilvanando recuerdos.
Un mesero joven, estudiante seguramente, se acercó y le preguntó si quería beber algo.
-Coca Cola Zero- dijo con desgano pero con una sonrisa cortés. El mesero dio media vuelta. El lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista. Sus ojos aguados encontraron al sabio saxofonista. Rostro de niño viejo. Platinado el cabello, blancas sus cejas y barbilla de nieve.
Volvió a recordarla y todo comenzó de nuevo. En verdad, y aunque doliera, lo único que deseaba, era pensar en Ella.
La noria de su mente renovó las soledades mientras el mesero regresaba inadvertidamente con una lata de soda en la mano. El viejo insuflaba notas al instrumento. El sonido del saxo. Parónimo de sexo. Hacía tiempo que no lo escuchaba. Sin saber porqué le vino a la mente la palabra “trucha”. Levantó la vista y mantuvo la misma sonrisa para recibir al camarero. Este le dijo: “Tienes suerte, es la única que quedaba”.