viernes, 13 de marzo de 2009

Aun con el firme propósito de marcharme, nunca lo hice. No hacerlo fue un testarudo argumento con el que busqué confrontar al destino. Desear saber el “cómo sería” fue una cuestión excluida a la entrada de mi determinación. Sencillamente quise encallar y más luego quemar la nave. Preferí el embate de las olas. Ver las heridas que la marea provoca en su eterno arranque sinuoso. Ahí, firme. Y aguardar la pleamar, hasta que aquieta. Entonces trazar una ruta como un lobo de mar, guiándome por las estrellas, en la instrumentación divina; con la cartografía sincronizada en cada latido, en cada respiro. El Norte siempre lo tuve presente: Esperarte