miércoles, 21 de julio de 2010

El Arbolista Mágico

"Hay como una eterna primavera en el hogar de André Sanfiorenzo y Magali Orbeta, allá en el bosque de Carite, cerca del lago, entre más arboles de los que puedo recordar.

Llegué como un intruso y cuando me marché ya de noche, sentí que Magali, André y yo éramos viejos amigos. Compartimos alimentos y vivencias. Me contaron sobre sus vidas, de sus andanzas, que son muchas, por estos mundos de Dios y de gente.

André y Magali son una fuerza de la naturaleza. Y sus hijos heredaron ese mismo vigor con enjundia. No podía ser de otro modo.

Al principio de los setenta André recién terminaba la escuela secundaria, echó mano a la mochila y se fue a viajar por Sur América. No les narro todo lo que vivió André. Les cuento sin embargo, que entre Chile y México este boricua de pura cepa, nacido en Santurce hace algo más de medio siglo, recorrió los caminos sagrados y profanos que nos enseñan que vale la pena aferrarnos a la vida con devoción milagrosa, espíritu combativo y estar dispuestos a caminar el tramo que sea necesario.

André fue arrestado y torturado en Chile, durante el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende. Luego de dos costillas rotas a culata de fusil y un rapado de su cabellera, por suerte, lo dejaron ir y caminó por los gélidas montañas de los Andes (sobre una capa de mantecado, como lo describe él) de pueblo en pueblo, recogiéndose en las zanjas y arropado de intemperie mientras un toque de queda nacional acechaba maliciosamente. Pero André es un iniciado, y como tal supo sobrellevar esa marcha. Quizás es ese carácter suyo. Porque André, a pesar de haber conocido el lado oscuro del mundo, exuda luz desde sus ojos. Hay urbanidad y paz en su mirada. He visto en pocos hombres semejante vista.

Con esos mismos ojos André conoció rincones que no aparecen en los mapas y a seres humanos cuyas historias penden en la brisa, como una brizna o una llovizna; chamanes originales, maestros que dejan su huella en el aire que respiramos.

Si asombroso es su relato al Sur, arrobadora es la historia de cómo quedó prendado en un instante por la belleza de Magali, cuando la vio por primera vez. Pude percatarme de la honestidad de su relato, porque yo mismo he podido sentir ese relámpago alguna vez en mi vida.

Me contó, como si hubiera sido ayer, que vio a Magali por primera vez ya entrada la noche. La vio sentada. Le vio el rostro y se perdió en esos ojos color Atlántico bravo que lo llevaron a sumergirse donde pocos llegan jamás. Magali estaba sentada porque azares del destino le impiden caminar. Sin embargo, eso nunca fue una dificultad para andar el mundo, a fuerza de amor, con André.

Tampoco fue obstáculo para parir una casta espectacular. Como la hija mayor de ambos, engendrada un diciembre en unos baños termales de Chile, en desafío a las probabilidades, y a quien bautizaron con el nombre de un volcán de la Araucanía, a modo de premonición. Hoy, Llaima Sanfiorenzo Orbeta es la telúrica encarnación del amor que se profesan Magali y André. Y la fuerza de Llaima se siente aquí en Puerto Rico y otras latitudes.

Manuel, el segundo de los hijos es el maestro cervecero de Carite. Un hombre joven de carácter fantástico y una certera y eficiente determinación, comprometido con su tierra y la naturaleza. A ese lo parieron entre bejucos venenosos en el Norte. Bien al Norte. Pero Manuel no lleva veneno en sus venas. Lleva la savia de un patriota.
Y entonces está la pequeña que como su madre, posee ojos en los que es muy fácil perderse. Una joven que parece no tener miedo. Una chica que sabe del trayecto recorrido por los suyos y para nada es pusilánime en el pase de batón. El origen de su nombre es quizás su propio destino… Amanda: la que debe ser amada. Allí estaba su pareja, Diego, que ha comenzado hacer lo propio.

El espacio de los Sanfiorenzo Orbeta es boscoso. Hay plantas de todo tipo. Medicinales, silvestres, comestibles. Una quebrada atraviesa la propiedad. La humedad es imperecedera. Y hace fresco. Tienen un batey con suelo de tierra y techos de lona. Y dos filas de futones colocados cara a cara permiten la conversación de retina a retina.

Al fondo de ese batey bajo lonas, hornillas y fogones sirven para preparar lo que se antoje. Una vez se llega al espacio de Magali y André nada tiene dueño. Se pasan las horas y se escuchan historias. Narraciones de todo tipo. Sucesos inimaginables propios de nuestro realismo mágico. Presencié situaciones nuevas, al menos para mí, como cuando André recibió un masaje de Santosh, uno de los invitados, quien mediante su prodigioso tacto le restauró el fluido energético correcto a André, no sin antes éste padecer los albures del acto.

En ese espacio degusté la cerveza cacera de Manuel; probé alimentos vegetarianos y conversé con una amiga que alguna vez creí jamás volvería a ver. Mi amiga Astrid Thillet. En honor a la verdad, fue Astrid quien me condujo allí. Fue por ella que pude tener la grata experiencia de conocer a André y su familia. Fue ella quien -en un episodio de confianza inmerecida- se corrió el riesgo de invitarme. Allá fuimos con sus dos chicos. Dos graciosos torbellinos ellos mismos, que en el espacio de André y Magali se funden con un jardín infantil real: la naturaleza.

La experiencia requirió de algún modo quedar registrada. Gracias Astrid. Y de hecho, tenías razón, debí haber llevado la cámara.