jueves, 19 de mayo de 2011

De cómo perder el sueño o quedarse dando vueltas mientras se intenta.

Llevo días que no concilio el sueño. La oración parece el verso de un poema. Mas nada tiene tanto parecido a una pesadilla como una noche de vigilia involuntaria. Es como estar sumergido en aceite. Nunca logras flotar. Y respirar ya no importa.

Grafica Leonardo Rodriguez
Entonces te vas a las razones. Y en un inventario irregular haces acopio de tantas cosas. Como si entre uno y el sueño reparador hubiera un extenso interrogatorio que te mantiene en vilo. Una concatenación de selecciones múltiples que de momento parecen claras y luego se hacen borrosas. Como si alguien te susurrara al oído “ya llega el sueño, a pasitos sigilosos”. Pero no. Es la intranquilidad la que te estremece con un coscorrón. Tus ojos cansados parecerían sostenerse al borde de un abismo oscuro y es allá abajo a donde se ha ido tu sueño. Bostezas. Pero se hace imposible lanzarse al vacío del olvido. El tiempo, que no es más que uno, es una incómoda paradoja con su movimiento lento y rápido a la misma vez. Lento, como el sufrimiento. Rápido, como una mala noticia. En fin, que te preguntas una y otra vez cuándo se apartará el insomnio y te asombras de lo tarde y temprano (otra paradoja) que es.

Los ojos arden y el cansancio se vuelve un camisón de plomo. Repasas una y otra vez los asuntos pendientes: esos que no importa lo que hagas solo se solucionan cuando ya no estés ni dormido ni despierto. Y regresa el recuerdo. Y te interrogas en un despiadado allanamiento a ti mismo. Ves razones y más razones para mantener los ojos abiertos.

Supongo que existe una cofradía de insomnes que nunca se ven las caras. Y se me ocurre que si se vieran, dormirían muy tranquilos.