martes, 24 de noviembre de 2009

Arístides Chavier


Arístides Chavier fue un prominente compositor y pianista puertorriqueño. Un creador sin duda. Pero esa es otra historia.
Ahora es el nombre de un caserío o residencial público, de esos que marcan la estirpe. Un lugar donde los problemas no se acaban pero empiezan. Esta es la historia.
Jóvenes y niños del residencial Arístides Chavier crearon una película rudimentaria pero acertada; una historia ficticia basada en la vida real. En esa vida real que conocen muy bien y en la que por décadas les ha tocado vivir. Han creado un cortometraje de diez minutos en el que revelan cómo se bate el cobre en muchos lugares de nuestro Puerto Rico. Gústenos o no, lo cierto es que nuestro país no se aleja del cortometraje. La violencia nuestra de cada día existe, está ahí y es una variable que debe manejarse para bien o para mal, mas nunca obviarse. De eso trata el cortometraje. Ese es el mensaje y no hay nada de malo en divulgarlo y mucho menos que quienes lo divulguen sean precisamente los que se tienen que calar el estilito de vida porque para muchos de ellos, como regla general, no hay de otra.
El resultado de esta empresa casual ha sido una censura férrea por la misma razón de siempre: la equivocada.
De pronto se habló de un operativo de las agencias de servicios sociales para castigar a los padres; se contempló la necesidad de hacer pagar a los culpables de que nuestros jóvenes se degeneren haciendo películas tan violentas. Se dijo de aplicar una ley de protección de la niñez porque los menores estuvieron expuestos a lo que hace daño.
A nadie se le ocurrió celebrar la vena creativa y emprendedora de estos muchachos que tiene frescura y verdor suficiente como para encarrilarla hacia manifestaciones artísticas sublimes y maduras. Los que tienen la obligación de hacerlo no reconocieron el germen ni entendieron el instinto creador. Solo se vieron en el espejo de lo que no quieren ser. Solo pudieron ver la caracterización, mas no entendieron el mensaje. Que lástima.
Todo esto me recuerda a dos chicos de otros tiempos y otros lugares: Francis Ford Coppola y Robert Rodríguez, creadores de dos cintas que son paradigma en la cinematografia norteamericana: El Padrino y El Mariachi respectivamente. A Coppola y a Rodríguez, luego de retratar y divulgar la violenta realidad de sus respectivas comunidades y cepas, les dieron todos los recursos para que produjeran más. A los nuestros los amenazamos con llevarlos al reformatorio. Mire que hay que ser isla!
La fiebre amarilla se desató en los titulares. Las cuartillas parecían reclamar en loco parentis (mucho énfasis en loco). ¿Quién es el responsable de tanta venenosa violencia? Los medios hicieron su parte. Y los funcionarios de gobierno la suya. “¿Quién mató al Comendador? / Fuenteovejuna, Señor / ¿Quién es Fuenteovejuna? / Todos a una, Señor.”
A nadie se le ocurrió que la recreación filmada constituía una tregua en aquellos lares. Que la realidad cotidiana se denunciaba en un testimonio pueril muy honesto. Y que durante la grabación de las escenas, los jóvenes estaban trabajando. Actuando. Creando.
Pero los chicos de Arístides Chavier no se han amilanado. No tienen tiempo para lamentarse porque en Aristides Chavier la vida y el futuro siempre estará en juego. Así que solucionaron el asunto y en contestación a toda la crítica mediáticamente exagerada crearon otro cortometraje muy retador. Un desafío para que se les reconozca. Una pena empero, porque esta Isla además de no querer entender, tampoco le gusta el reto.