
Una red social es eso. Una red que algún pescador lanzó para capturar seres gregarios incautos, quienes por alguna extraña razón desean socializar con el menor esfuerzo. Se los digo yo que me confieso usuario (así como quien encierra un vicio muy privativo) no de ahora sino de hace mucho tiempo, cuando aun la internet no se había convertido en este indómito océano de información.
En mi caso la atracción por la internet comenzó por su carácter de fuente de indagación, allá para finales de los ochenta. Se buscaba bibliografía para propósitos académicos. Años más tarde la telaraña evolucionó. Y el cambio introdujo todo un universo de posibilidades. Desde cómo armar un rompecabezas hasta cómo construir una bomba atómica. No sin antes pasar por los sitios de metafísica, mitología paranormal, pornografía y seudociencia. Quizás lo anterior es la mayor virtud y mayor defecto de la internet: esa amplitud desbocada que aparenta darle cabida a todo. No es extraño que a quienes deambulan en esos mares se les denomine internautas. Algo así como los argonautas que fueron a Colcos, en pos de un vellocino de oro. Y entonces surgieron las redes sociales. Facebook por ejemplo, de la que ¿me honro? en ser parte.
En estas redes sociales usted le puede seguir el tracto a una humanidad empeñada en convertir sus vidas en un asunto público. Cada instante, preferencias, causas, cada reunión familiar, desengaños y hasta la burla se puede pulsar a través de –en este caso- facebook.
He visto mares de gente sincronizar su existencia al texto cibernético que los delata. Como si de pronto todos rehuyeran a la privacidad. Curiosamente, se mantiene un grado de individualismo que miro con algún recelo. Yo, yo, yo… y mis amigos. Los comentarios, los retratos, el convite y la agenda abierta de cada quien y cada cual. Pero desde lejos, y a veces tan poco real. Por ello le llaman la realidad virtual. Virtual como adjetivo: Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real. (Citado del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.)
Socializar en una comunidad virtual sin necesidad de usar ropa pero virtualmente con nuestras mejores prendas. De eso se trata, o al menos así se utiliza la red social. Un regazo electrónico y frio que poco a poco nos va desarraigando de la verdadera comunidad. Es la desintegración paulatina de algunos. Es, sin más, la construcción de un mundo ideal, pero virtual. Es más fácil enterarse de lo que hizo o dijo un “amigo” que coincidir con una mano amiga. Es más simple confundirse y solidarizarse con una causa electrónica en un “click”, que acudir a una marcha, levantar un cartel con un mensaje de protesta o sencillamente presentarse a brindar el auxilio.
Hay quien mira la red con desdén para saciar unos minutos de aburrimiento. Estos quizás están salvos. Pero para otros, la red social es ese espejo que lleva al otro lado. Al lado que no se tiene pero que se añora y a la misma vez cuesta tanto alcanzarlo. Esos y aquellos que medran sobres estos cándidos, es la parte que más me inquieta.
Es la red. Ya no social. Puramente red. Eso que nos atrapa como a peces que de alguna forma serán devorados por los que entienden este entramado. Los que a ciencia cierta saben la diferencia entre lo virtual y lo real.