lunes, 3 de enero de 2011

Breve historia de la verdad… y otros embustes.

Voy a relatarles algo.
Muchas veces la realidad es demasiado inverosímil. Es como si nos hubieran insertado en el más inmenso relato jamás contado; un relato donde el reparto es interminable, y en el que protagonistas y antagonistas se confunden. En fin, parecería que la vida es un cuento repleto de ficciones que desfilan frente nuestros ojos con ropajes de verdades, entre las que tramitamos la supervivencia. Desconozco cuándo comencé a verlo de tal modo. Supongo que fue luego de aquella extraña visión que tuve cuando arribé, desde otro país, abordo del Satrústegui, un barco de matrícula española que mantenía ruta entre los puertos del Mar Caribe y las Antillas.

Atracados al muelle, antes de abandonar el barco, me pareció que el horizonte se inclinaba en un ángulo de treinta y cinco grados. Halé la manga de mi padre para advertirle, pero era imposible.Como del océano no se derramó una gota, ni las gaviotas se dieron cuenta. Nadie se consternó. Nadie protestó. Y hasta el día de hoy, desde esta Isla, el horizonte sigue torcido y parecería lo más normal del mundo.

Luego me enteré que en ese mismo barco que me trajo a las costas de la Isla, tres años antes de mi llegada, en el puerto de San Juan durante el mes de octubre de 1965, un cubano médico de profesión, pero de oficio asesino, colocó una bomba en el casco de la nave. ¡Y yo que miraba embelesado, desde la proa de aquel barco, peces voladores!

Varios años después -ese doctor- hizo lo mismo con un avión. Murieron setenta y tres personas entre los que viajaba un equipo de esgrimistas cubanos.

Pero hubo otras señales.

Ya establecido en la Isla, llegó un extraño anfibio, de fuerza sobre humana: el Garadiábolo. Era aterrorizante. Al menos en la foto. Impresionante era la historia de aquel maestro de educación física que le hizo frente a un ser que parecía salido del mismo infierno. Una especie de monstruo en miniatura. Se estremeció el país con la noticia. Pero unos hombres vestidos de negro, se incautaron del monstruito, precisamente antes de que el valiente profesor lo entregara a la ciencia para el estudio de rigor. Al menos, ese fue el cuento dicho por el profesor.
La prensa se cebó con la historia y muchos en el país temblaban. Para esa misma época, o quizá antes y por lo bajo, además del Garadiábolo, otros horrores ocurrían. Pero no los conocíamos. Se les documentaba en gruesas carpetas secretas, y delataban otro tipo de perdición entre hombres de discreta consagración. Eran criaturas de la Guerra Fría. 
Supongo que le llaman así porque ha de haber disparos de nieve.

Más tarde, mientras en el clandestinaje ocurría lo suyo, un nuevo engendro apareció en Puerto Rico. No sé qué era más abundante: si la sangre de sus víctimas o la tinta con la que se reportaba sobre su existencia. Así que toda la atención isleña se vertió sobre el Vampiro de Moca. De hecho, no se sabe si lo atraparon. O si resolvieron todos aquellos oscuros sucesos que le achacaban al Vampiro. Supongo que los órganos oficiales del gobierno andaban muy ocupados higienizando ideologías y secretamente sacando de circulación entes, a su entender, mucho más peligrosos. Como a mi abuelo. Un peligrosísimo conserje retirado del servicio público.

Ajenos a todo este trajín, ciudades y pueblos mantenían todo su interés en el aparecido (Vampiro de Moca). Los ecos de tanto fenómeno retumbaba a tal grado, que al pueblo le fue imposible imaginar que cuando dos personas fallecieron a manos de la policía en una montaña -épicamente llamada Cerro Maravilla- se trataba de un asesinato y no de una lucha entre héroes y villanos. Así la pintó un político, al que luego un militante más recalcitrante que él, le hincharía un ojo mientras dilucidaban –entre espirituosos- cuán imbécil era un tal George Bush. Bien merecido fue el puño, porque, ¿Cómo ha de tildarse de imbécil a un hombre que habla con Dios?

Pero de regreso a los hechos de aquellos desafortunados muchachos, es justo recalcar que algunos de los héroes, cumplieron algo así como veinticinco años de prisión. A otro que andaba con los difuntos, pero que salió herido en el dedo meñique, lo mataron de tres disparos. En esa ocasión, nada le sucedió a sus dedos. Nunca se supo quien le disparó, aunque, en honor a la verdad, la Organización de Voluntarios por la Revolución se adjudicó los hechos. No hubo arrestos. No sé porqué. Supongo que esa organización -y el Vampiro de Moca- obran en conjunto y deben estar en la lista de los más buscados.

Ya para ese entonces comenzaba a darme cuenta que en la vida, a veces, no hay una línea clara que defina la verdad de la ficción.

En cuanto al Vampiro, admito que no me extrañaba su “existencia”. Ya en Venezuela –de donde yo venía- había escuchado de aquella otra alma en pena apodada la Llorona. Otra aparecida que mantenía en vilo a la gente, mientras adecos, copeyanos y milicos desvalijaba al país. Y aunque mi abuelo paterno no fue asesinado por agentes del estado, alguien me contó que le torturaron en prisión. Le quemaron la piel. Pero el Abuelo nunca me dijo sobre lo terrible que eran los hombres cuando no están de acuerdo con las ideas de otros hombres. Esa parte de la historia la excluyó. Sus cuentos siempre tenían un tono feliz. Quizá, la Llorona era de mayor preocupación.

El calendario continuó su curso, y en sus días transcurrían cosas fuera de este mundo. Platillos voladores, apariciones de vírgenes, un pastor protestante que milagrosamente platificaba muelas, políticos honestos que iban presos, designios divinos y hasta un santo fallecido hace siglos, de quien se dice, le crece uñas y cabello.

El Comecogollos apareció a principios de los noventa. Pero rápidamente, por ser herbívoro, cedió su notoriedad al Chupacabras. Entre tanto, otro personaje se sumó al elenco de la historia. Un hombre que consumía grandes cantidades de cerveza holandesa, pensionado por padecer de sus facultades mentales, pero con suficiente arraigo entre su gente, como para ser electo alcalde. A este no le interesaban los comecogollos ni el chupabras. Más bien tenía una gran afición por la historia. Y consecuente con sus afectos, allá se fue a Rusia y adquirió una inmensa estatua de Cristóbal Colón. Pagó tres millones de dólares por traerla desmembrada, pero insistía que la misma era gratis. Una ganga. Lo último que se supo de la colosal escultura fue que la cabeza de Colón yacía tirada en algún espacio infecundo del municipio, a la intemperie. Algo así como un vudú reivindicatorio y colectivo. Aunque pensándolo bien, tal vez ese fue el propósito desde el principio.

Mientras tanto, y ante la peligrosidad del Chupacabras, (que no cejaba de atacar conejos, gallinas y cabritos), otro hombre se alzó a la altura de la circunstancia. Realmente no se le entendió muy bien lo que dijo cuando decidió cazar al Chupacabras. Era, y sigue siendo, un hombre de pocas palabras (entendibles, quiero decir). No era casualidad que fuera alcalde. Y tampoco que hubiera sido policía. Sin embargo, nadie ha podido explicar cómo todavía no ha dado con la escurridiza alimaña. Pero un alcalde-policía-cazador no se rinde. Por eso, también anda de expedición para atrapar a la Gárgola. Ah, ¿no les dije? Por acá merodea una de éstas, a una década de comenzar el Siglo XXI. Pobre de ella cuando el alcalde le eche el guante. Es bueno cuando el gobierno y los grandes periódicos toman en serio estas cuestiones.

El otro día a través del buró de prensa más importante del “país”, me enteré que el gobierno no escatimaba recursos para resolver estos asuntos de envergadura. El propio gobernador fue entrevistado por la reportera más famosa de la Isla. Una muñeca. Literalmente. En Puerto Rico una muñeca de trapo nos mantiene al día con una cobertura noticiosa que ya es paradigmática. Les juro que he visto la muñeca en el palacio de gobierno; asomada por la ventana y lanzando besos junto a un gobernador de otra administración. Uno prometió que no despediria  nadie, y el otro juró que no impondria un impuesto sobre la venta. Todavia hay alguna gente que les cree.

Aunque hablar con muñecas, prometer, jurar,cazar chupacabras, independentistas y gárgolas parecería una responsabilidad inherente al poder ejecutivo, merecida mención adeudo a un hechicero que conoce toda la cábala necesaria para adivinar el futuro y resquebrajar lo mismo. No está en el poder ejecutivo. Es legislador. La prensa ya lo reseñó. Es decir, la muñeca. Incluso otros medios le han dedicado unas cuantas cuartillas. ¿Su mayor acierto? Saber el secreto de los caracoles y, mediante ellos, hurgar y definir el destino de la gente. Una habilidad demasiado importante como para no estar en manos de un miembro del gobierno.

Recientemente una nueva situación reclamó la atención del Estado: La Universidad. Ya antes había dado problemas. Sobre todo cuando se les quiere cobrar más a los estudiantes. Pero se lidió del modo más democrático posible: el gobierno le dijo a los estudiantes cuanto los odiaba y los persiguió a rotenazos por toda la ciudad. Varias veces.

Pero los muy zafios no entran en razón. Y como a la universidad se va a estudiar y no a debatir, se prohibió cualquier tipo de expresión multitudinaria en su recinto, excepto aquellas a favor del gobierno y solo las que hace la alta oficialidad.

Además tomaron medidas razonables para salvar la institución e impedir el vandalismo. Por ejemplo, por orden de los administradores de la universidad, se arrancaron los portones y luego pusieron las cosas en su justa perspectiva: culparon a los estudiantes por ello, porque si los dejan, gamberrean. También se contrató a un otrora villano de la lucha libre para que encarara la situación. Después de todo, ¿a quien se le ocurre reclamar educación de excelencia a bajo costo?

De paso, con esa sapiencia que posee todo gobierno, particularmente el nuestro, se decidió llenar la universidad de personas que sepan seguir directrices y sean gente de ley y orden. Por eso, la atiborraron de policías. Supongo que por su condición de ex policía, el alcalde-cazador cualifica para pisar la universidad y, dada su proclividad a cazar gárgolas y chupacabras, aprovechará la ocasión para, luego de solicitar su beca, licenciarse en zoología.

Todo lo anterior es la verdad, lo demás... es puro cuento.