domingo, 30 de marzo de 2008

El Baquiné de A.A.V.

La noticia corrió como pólvora encendida. Desde las playas hasta las montañas, de costa a costa: han acusado al gobernador; los “federicos” dieron un golpe de estado; los federales quieren influenciar las elecciones; El Pueblo de los Estados Unidos vs. Aníbal Acevedo Vilá.

Poco a poco el país dejó caer sus brazos y comenzó a prestar oreja. En cafetines, guarderías, oficinas y juzgados, todos comentaban la noticia.

Atletas, vagos, sirvientas y ejecutivos intercambiaban comentarios. Los restaurantes, no tan llenos como en otras épocas, mantenían el zumbido que ocasiona el murmullo por lo bajo. En las calles no faltó la estruendosa percusión. Enormes altoparlantes negros divulgaban música con lemas de campaña y acentuaron con tono boricua, autóctono, con folclor a “troche y moche”, nuestra más reciente tragedia pública. La oposición hacía el máximo por aparentar sosiego y no la algarabía que les hacía bailar de encanto. Poco faltó para convertir el día en otra festiva efeméride nacional.
Ciudadanos con sonrisas; compatriotas asombrados. Hubo lágrimas y bromas pesadas. Hubo quien tuvo razón para allegarse a la botella y atragantarse de ron. “Persecución política” gritan; “que renuncie” exigen. Acusación selectiva, intromisión imperdonable. Que corran los verdes, que no paren aunque sean federales. El reino de este mundo tiene garras de pájaro.

Todo un país sacudido por la noticia. Políticos aturdidos y asilvestrados. Pero a la misma vez, con una razón para la bulla; las muestras de solidaridad con vivas y hurras, barahúnda feliz y a la misma vez inconsolable. Mil interrogantes, mil respuestas y tres millones de imprecisiones. El juicio contra el “gobe”; el listo, el estratega, el corrupto, el honesto, el buen amigo, el enemigo del pueblo, el hombre de familia, el bellaco disimulado, el de los trajes caros. El daña ropa. Todo a la vez porque es un hombre alto en un cuerpo de baja estatura. Del otro lado el pliego acusatorio del imperio. ¿Y qué si es cierto lo que le imputan?
Dos días de expectativas como quien espera un cometa. Caras adustas, largas caras felices, ceños fruncidos y sonrisas a flor de labio. La oportunidad y la incertidumbre; la lealtad y la traición; el fuerte está bajo acecho y la última gran batalla a punto de exhibirse en la arena está. Conferencias de prensa en cada esquina; conspiradores en cada rincón. Analistas, no de sistemas, no de economía, analistas impúdicos. Pura desvergüenza en medio de una desesperación que como siempre entre nuestra gente es pasajera. Un dato adicional a la larga lista de eventos que nos arroban por setenta y dos horas y luego quedan rezagados en la memoria y que con toda seguridad volveremos a repetir con distinto nombre y ropaje.
Es el vudú de los federales. Agujas entre ceja y ceja. Y el tambor nuestro con bomba y plena, como el mensaje en un bosque de concreto. Hay que expiar pecados en esta colonia nuestra. Sin fiesta del té en Boston. Sin Power en las cortes. Una romería de contrastes. Es el baquiné de nuestro gobernador.

sábado, 22 de marzo de 2008

La Obsesión como remedio.

Y yo pensaba que no tenía remedio, hasta que hallé a este o esta:

“Si viajo en globo, prefiero que sea contigo. Lo mismo, si en un submarino o en un zeppelín. Contigo en el pensamiento y en el eufemismo. Quiero que nunca te vayas y que vuelvas siempre. Sin ti, quiero contigo. Quiero al fresco de tu sombra y al calor de tu luz.
Entre sábanas, contigo. Contigo un chocolate o un mordisco. Contigo aburrirme a morir, pero contigo feliz. En la sima, en la cima y en la suma. Contigo.
Y si insistes en partir, contigo llévame.”
M. A.

Diario del que extraña

Es en las noches cuando más te extraño. Al final del día y al comienzo de una soledad. A medida que menguan los sonidos y avanza la oscuridad, comienza el retumbo de palabras que nunca he querido olvidar y me encandila el “recuerdo de tu mirada”. Es duro llegar a sábanas desoladas. Es duro saber que ya no estás; que quizás nunca estuviste, y que tal parece, nunca estarás.

Acostado, a oscuras, delineo el mundo que debió ser. Iluso e ilusionado. A veces, enciendo la luz y tomo algún libro. Comienzo a leerlo sin apetito, como quien desea olvidar la mala racha. Logro evadir al avasallador recuerdo, aunque no por mucho tiempo. Entro en un ligero sopor… me estoy yendo. Cuando el libro se desprende de mis manos, y el ruido que provoca su caída me despierta, la noche da vueltas al reloj de arena y todo empieza de nuevo.
Recupero tu imagen por tiempos. Vuelvo a escuchar tus palabras; siento tu mano, vuelvo a contar tus dedos; encuentro tus ojos, recreo mi tacto, recorro tus brazos y llego hasta el cuello. Siento tu aliento en el lóbulo, y escucho cuando hablas bajito en un murmullo sensual que eriza todo mi cuerpo. Y pienso: no me hace falta dormir, puedo soñar despierto.

viernes, 21 de marzo de 2008

Aún
no sé qué mano esconde tu sorpresa
hoy que nada se parece a lo que amo.
Me salva en el largo acecho
la inseguridad que afirma mi pulso,
cada rompimiento que incita a un nuevo embate
y ese ángel justador que acude a veces
en el vago placer de la antesala.
Ricardo Hernandez Bravo

jueves, 20 de marzo de 2008

¿Por qué?

Hay una página con referencias que llevan a comprender los porqués más amargos. Yo que me empeño en buscar consuelo en las palabras, solo hallo el mismo desengaño. Aun así, oculto mi tristeza con dichos felices y acciones burlescas. Procuro un poco de alivio y resto brusquedad al delirio que más me agobia de un tiempo a esta parte. Busco enterrar la felicidad frugal, pasajera y espuria. La de los pactos inconclusos y el lisonjeo a medias. Apaciento las ovejas de mi rabia con el análisis frío de la razón y el cálculo. Pero confieso que al final, siempre me equivoco en ese ajuste de cuentas. Entonces releo versos como si fueran las fórmulas que desentrañan la solución al problema.
Y resurge mi pregunta más agria:

Borges escribió:
Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas paredes y el mar será una magia entre nosotros. No habrá sino recuerdos. Oh tardes merecidas por la pena, noches esperanzadas de mirarte, campos de mi camino, firmamento que estoy viendo y perdiendo... Definitiva como un mármol entristecerá tu ausencia otras tardes.

Cortázar preguntó:


Dime por qué todavía te deseo, por qué tu nombre vuelve como el hacha a la herida en una amarga visitación de la medianoche, a la vera de un campo funerario donde larvas se multiplican húmedas babas, recuento interminable de torpezas, dime desde esa nada donde ahora te atrincheras, dime por qué me basta componer un mecanismo elemental de sílabas, discar en el cogollo de la niebla las cifras de tu nombre para que solitariamenteme agobie la esperanza de una menuda migración de dedos por mi pelo, de una fragancia donde habita el musgo. De un silencio más fogoso que todas las vigilias.

Octavio Paz suplicó:
Arde, furor oculto, ceniza que enloquece, arde invisible, arde como el mar impotente engendra nubes, olas como el rencor y espumas pétreas. Entre mis huesos delirantes, arde; arde dentro del aire hueco, horno invisible y puro; arde como arde el tiempo, como camina el tiempo entre la muerte, con sus mismas pisadas y su aliento; arde como la soledad que te devora, arde en ti mismo, ardor sin llama, soledad sin imagen, sed sin labios. Para acabar con todo, oh mundo seco, para acabar con todo.

domingo, 16 de marzo de 2008

Fuegos Artificiales

Tres tímidos golpes a la puerta anunciaron la visita. Presentí que quien llega a tu hogar un domingo por la noche, sin invitación previa, trae malas noticias. Al voltear la perilla, habían dos señoras mirándome con aire de sorpresa. La seriedad de sus rostros confirmó mi corazonada.
-Aquí vive la doctora?- preguntaron mientras sus miradas ponían en duda mi propia existencia.
Asentí y fui en busca de mi madre de 72 años, a quien nunca había visto trabajar tanto como ahora, cuando disfruta de su jubilación.
-Se nos fue; creo que se nos fue- dijo una de las damas. Fiel a su juramento de Hipócrates mi madre buscó su estetoscopio con el fin de confirmar el deceso.
La doctora ya me había anticipado que “la parca” rondaba por la comunidad y que seguramente se presentaría de un momento a otro con su afilada guadaña a reclamar lo suyo. En efecto lo hizo.
El fallecido era alguien que alguna vez conocí por razón de vecindad, años atrás. Cuando hablamos por primera vez tuve la sensación de que el finado aguardaba por esta visita desde hacía tiempo. Sin temor y satisfecho con lo vivido.
Recordé como se sonreía cuando me veía; su sonrisa constituía una invitación irresistible a platicar. Inventarié las conversaciones que sostuve con el ahora difunto. Supe que fue un hombre que tomó riesgos y vivió con intensidad. Me narró sus peripecias en un pasado a décadas de distancia. Fotógrafo de la armada; vendedor de joyas y de cuanto le permitiera acumular riqueza. Bebedor consuetudinario y valiente. Fumador empedernido y decidido. Bohemio feroz. Me habló de sus amores perdidos y de la compañera que le domesticó su lado salvaje. Nadie hubiera pensado todo lo que vivió el hombre que pasó varios días en coma, antes de la partida definitiva. Gustaba de recordar su pasado. Sentía nostalgia por lo vivido y resignación ante lo inevitable. Se fue, eso es todo. Estoy seguro que su fallecimiento no fue a causa de correr ningún riesgo ni por haberse gozado la vida. Se fue porque llegó al final de su periplo.
La corroboración de su fallecimiento me llevó a pensar sobre la fragilidad de nuestra existencia. De lo minúsculo que somos en el universo, y de lo poco que se afecta el mundo con nuestra partida. De la indiferencia del cosmos. Pero también pensé en el imaginado equilibrio que se logra cuando comprendemos que somos importantes para alguien y cuando alguien lo es para nosotros. Esa sensación de propósito que al final de cuentas, nos creemos y nos motiva seguir viviendo.
Pensé en ese viaje que es la vida particular de cada uno; los recuerdos que acumulamos; las huellas que quedan. Pensé en las acciones paralelas que conforman esa misma existencia; las que dejan unos e inician otros. De las que nunca nos damos cuenta; las que no convergen ni se cruzan; las que añoramos por saber que existen, pero por alguna maldita razón nos son vedadas; y las que en algún momento se unieron y luego siguieron rutas y destinos distintos, porque no había remedio o no tuvimos el coraje de remediar.
Miré por el balcón del apartamento; me dieron ganas de fumar pero recordé que llevo una cruzada contra el cigarrillo que a veces pierdo. Desde la altura, contemplé la llanura de luces; la ciudad palpitante, ruidosa y viva. Reluciente. Sentí la presencia de miles de almas que continúan con sus vidas. Ajenos a la partida de unos, ensimismados en su propia existencia. Nada de malo en ello. Es nuestra naturaleza. De pronto comenzaron unos fuegos artificiales de mil colores y luces. Rasguños pigmentados en el semblante de la noche. Formas felices en el cielo; destellos sobre ese fondo violeta del infinito con lunares brillantes y dispersos. Celebré la vida del conocido que partió. Le dispensé el respeto con algún silencio. Quise pensar que los fuegos artificiales eran una despedida digna para un buen hombre. Y me dí cuenta que la vida y la muerte ocurren siempre ahora mismo.