viernes, 27 de noviembre de 2009

Hoy






Hoy, iría al psiquiatra si no fuera por el espanto que me causa un posible diagnóstico de locura incurable, y a pesar de ello, se empeñe el aludido en medicarme.

Hoy, puedo idearme todas las excusas posibles para afrontar el día de mañana, rindiéndome a la rutina, sin siquiera intentar alimentar mi corazón con una experiencia única.

Hoy, puedo criticar. Lamentarme por todo lo que quise ser y no he sido, y perderé el valioso tiempo de vivir con intensidad lo que soy.

Hoy, puedo cuestionarme por qué quiero a quien quiero; perder el tiempo escudriñando otra vez, sin darme cuenta que querer como quiero es el presente que siempre anhelé.

Hoy, puedo sentarme y no hacer nada; dejarme ir con el tiempo, en vez de cabalgar y hundirle las espuelas de mis ganas a esta vida que no es ni ayer ni mañana, que es solo… hoy.

martes, 24 de noviembre de 2009

Arístides Chavier


Arístides Chavier fue un prominente compositor y pianista puertorriqueño. Un creador sin duda. Pero esa es otra historia.
Ahora es el nombre de un caserío o residencial público, de esos que marcan la estirpe. Un lugar donde los problemas no se acaban pero empiezan. Esta es la historia.
Jóvenes y niños del residencial Arístides Chavier crearon una película rudimentaria pero acertada; una historia ficticia basada en la vida real. En esa vida real que conocen muy bien y en la que por décadas les ha tocado vivir. Han creado un cortometraje de diez minutos en el que revelan cómo se bate el cobre en muchos lugares de nuestro Puerto Rico. Gústenos o no, lo cierto es que nuestro país no se aleja del cortometraje. La violencia nuestra de cada día existe, está ahí y es una variable que debe manejarse para bien o para mal, mas nunca obviarse. De eso trata el cortometraje. Ese es el mensaje y no hay nada de malo en divulgarlo y mucho menos que quienes lo divulguen sean precisamente los que se tienen que calar el estilito de vida porque para muchos de ellos, como regla general, no hay de otra.
El resultado de esta empresa casual ha sido una censura férrea por la misma razón de siempre: la equivocada.
De pronto se habló de un operativo de las agencias de servicios sociales para castigar a los padres; se contempló la necesidad de hacer pagar a los culpables de que nuestros jóvenes se degeneren haciendo películas tan violentas. Se dijo de aplicar una ley de protección de la niñez porque los menores estuvieron expuestos a lo que hace daño.
A nadie se le ocurrió celebrar la vena creativa y emprendedora de estos muchachos que tiene frescura y verdor suficiente como para encarrilarla hacia manifestaciones artísticas sublimes y maduras. Los que tienen la obligación de hacerlo no reconocieron el germen ni entendieron el instinto creador. Solo se vieron en el espejo de lo que no quieren ser. Solo pudieron ver la caracterización, mas no entendieron el mensaje. Que lástima.
Todo esto me recuerda a dos chicos de otros tiempos y otros lugares: Francis Ford Coppola y Robert Rodríguez, creadores de dos cintas que son paradigma en la cinematografia norteamericana: El Padrino y El Mariachi respectivamente. A Coppola y a Rodríguez, luego de retratar y divulgar la violenta realidad de sus respectivas comunidades y cepas, les dieron todos los recursos para que produjeran más. A los nuestros los amenazamos con llevarlos al reformatorio. Mire que hay que ser isla!
La fiebre amarilla se desató en los titulares. Las cuartillas parecían reclamar en loco parentis (mucho énfasis en loco). ¿Quién es el responsable de tanta venenosa violencia? Los medios hicieron su parte. Y los funcionarios de gobierno la suya. “¿Quién mató al Comendador? / Fuenteovejuna, Señor / ¿Quién es Fuenteovejuna? / Todos a una, Señor.”
A nadie se le ocurrió que la recreación filmada constituía una tregua en aquellos lares. Que la realidad cotidiana se denunciaba en un testimonio pueril muy honesto. Y que durante la grabación de las escenas, los jóvenes estaban trabajando. Actuando. Creando.
Pero los chicos de Arístides Chavier no se han amilanado. No tienen tiempo para lamentarse porque en Aristides Chavier la vida y el futuro siempre estará en juego. Así que solucionaron el asunto y en contestación a toda la crítica mediáticamente exagerada crearon otro cortometraje muy retador. Un desafío para que se les reconozca. Una pena empero, porque esta Isla además de no querer entender, tampoco le gusta el reto.

domingo, 22 de noviembre de 2009

A Red Revuelta...



Una red social es eso. Una red que algún pescador lanzó para capturar seres gregarios incautos, quienes por alguna extraña razón desean socializar con el menor esfuerzo. Se los digo yo que me confieso usuario (así como quien encierra un vicio muy privativo) no de ahora sino de hace mucho tiempo, cuando aun la internet no se había convertido en este indómito océano de información.
En mi caso la atracción por la internet comenzó por su carácter de fuente de indagación, allá para finales de los ochenta. Se buscaba bibliografía para propósitos académicos. Años más tarde la telaraña evolucionó. Y el cambio introdujo todo un universo de posibilidades. Desde cómo armar un rompecabezas hasta cómo construir una bomba atómica. No sin antes pasar por los sitios de metafísica, mitología paranormal, pornografía y seudociencia. Quizás lo anterior es la mayor virtud y mayor defecto de la internet: esa amplitud desbocada que aparenta darle cabida a todo. No es extraño que a quienes deambulan en esos mares se les denomine internautas. Algo así como los argonautas que fueron a Colcos, en pos de un vellocino de oro. Y entonces surgieron las redes sociales. Facebook por ejemplo, de la que ¿me honro? en ser parte.
En estas redes sociales usted le puede seguir el tracto a una humanidad empeñada en convertir sus vidas en un asunto público. Cada instante, preferencias, causas, cada reunión familiar, desengaños y hasta la burla se puede pulsar a través de –en este caso- facebook.
He visto mares de gente sincronizar su existencia al texto cibernético que los delata. Como si de pronto todos rehuyeran a la privacidad. Curiosamente, se mantiene un grado de individualismo que miro con algún recelo. Yo, yo, yo… y mis amigos. Los comentarios, los retratos, el convite y la agenda abierta de cada quien y cada cual. Pero desde lejos, y a veces tan poco real. Por ello le llaman la realidad virtual. Virtual como adjetivo: Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real. (Citado del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.)
Socializar en una comunidad virtual sin necesidad de usar ropa pero virtualmente con nuestras mejores prendas. De eso se trata, o al menos así se utiliza la red social. Un regazo electrónico y frio que poco a poco nos va desarraigando de la verdadera comunidad. Es la desintegración paulatina de algunos. Es, sin más, la construcción de un mundo ideal, pero virtual. Es más fácil enterarse de lo que hizo o dijo un “amigo” que coincidir con una mano amiga. Es más simple confundirse y solidarizarse con una causa electrónica en un “click”, que acudir a una marcha, levantar un cartel con un mensaje de protesta o sencillamente presentarse a brindar el auxilio.
Hay quien mira la red con desdén para saciar unos minutos de aburrimiento. Estos quizás están salvos. Pero para otros, la red social es ese espejo que lleva al otro lado. Al lado que no se tiene pero que se añora y a la misma vez cuesta tanto alcanzarlo. Esos y aquellos que medran sobres estos cándidos, es la parte que más me inquieta.
Es la red. Ya no social. Puramente red. Eso que nos atrapa como a peces que de alguna forma serán devorados por los que entienden este entramado. Los que a ciencia cierta saben la diferencia entre lo virtual y lo real.

viernes, 20 de noviembre de 2009


¿De qué se compone la tristeza?
Acaso llueve desde las entrañas.
Lleva nombre propio, o será más bien común.
¿Será el nimbo de nuestra existencia?
¿De qué se compone la tristeza?

Por unas gafas


Sorprende leer un titular que de algún modo define los tiempos más terribles del consumismo. Publica un diario puertorriqueño el acontecimiento de un robo a una reconocida tienda por departamentos. El objeto de la osada apropiación: unas gafas.
Una pareja dio el gran golpe con tan mala suerte que fue sorprendida minutos después. Sin embargo, este par estaba dispuesto a vender muy cara su detención, lo que ocasionó el forcejeo clásico autoridad versus delincuentes. En el consabido pugilato se oyó al caballero ladrón gritarle a su leal compañera de fechorías ¡Huye!
Ladina por demás, la mujer obedeció al pie de la letra las instrucciones de su compañero caco (no es un apodo en este caso) y puso pies en polvorosa en un vehículo bastante nuevo y muy digno para la huida. Bien ganada tiene la reputación el manufacturero del automóvil, pues la mangante logró escapar en una unidad marca Toyota, no sin antes regalar una cuota de daños y ganarse una aceptable crónica dedicada a sus quince minutos de fama. Como nota luctuosa se reseña que a la mujer evadida la acompañaba un niño.
Un par de gafas y el deseo de poseerlas. Aquí es donde llueven las preguntas. ¿Qué sucede en la cabeza de los protagonistas? Bajo qué hechizo encuentran el arrojo de tomar las gafas y el brío de, una vez pescados, huir a toda maquina jugándose la vida de otros y la propia ¿Qué mágica atracción desatan los anteojos para el sol? ¿Acaso les permiten transitar entre las oscuridades de alguna otra dimensión?
El chico. ¿Qué sintió el niño? ¿Iría llorando e implorando que terminara la osadía? O habrá vivido el suceso como una aventura de su consola de videojuegos? ¿Sabrá a qué grado le empeñaban la vida por unas gafas? Por unas gafas.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

"A Mercedes, por supuesto"


















Por algún momento me gustaría que la Voz de todas las mujeres se pareciera a la de Mercedes Sosa. No digamos a su timbre, sino a su Voz. Esa que divulga y alerta sobre todo aquello que, por injusto, nos convida a cambiar el modo en que vivimos. La Voz que narra el evangelio de la dignidad. La que por inmortal evocamos como un eco y tarareamos en las conciencias a modo de credo. Mercedes Sosa tan aborigen, tan ella. “La voz que es un símbolo de libertad” (parafraseando el oportuno comentario de Fabian Matus).

martes, 3 de noviembre de 2009

Almeida


Curiosidad por la historia es lo que me llevó a conocer –enterarme al menos- sobre la figura de Juan Almeida Bosque, el cubano revolucionario que hace unos meses se tendió en las banderas de la memoria, esas que identifican la causa. Almeida Bosque, falleció luego de sortear tantos otros peligros.
Encontrarme con su rostro de ochenta y dos años, con cara de abuelo, fue una invitación a buscar qué había tras cada uno de los surcos en su faz. Pronto encontré en un ejercicio de arqueología cibernética, decenas de fotos suyas. Almeida rejuvenecía ante mis ojos y las historias de sus proezas me condujeron a los portales de su carácter. Negro y delgado; ojos iluminados; bigotudo desde siempre, a veces de rostro barbudo y, por supuesto, siempre barbudo de corazón, cuando la barba se interpreta dentro de los márgenes que conducen a esas estampas de la Revolución Cubana, tal y como fue divulgada entre tantos impresos alrededor del mundo.
En su caso, emblemática es su frase más rotunda e histórica. El grito que le ha valido entrar en muchos libros de historia: Aquí no se rinde nadie! La frase llana y concisa fue pronunciada en ocasión de una emboscada, cuando como es de imaginar, las apuestas no favorecían jugarle a la vida. El azar, la suerte o el destino, como le quieran llamar, desbancó a la casa, y al final Almeida viviría unos largos ochenta y dos, y seguramente vivirá otros tantos en la memoria de su país. Por supuesto, mientras sea el propio pueblo cubano quien transcriba su historia.