lunes, 18 de diciembre de 2023

Santurce y el Mondongo Real.

Iglesia San Mateo en Santurce (nada que ver con el mondongo)
Hay dos tipos de mondongos: el de Omaya y los otros. En una de esas callejuelas del barrio de Santurce, antes de convertirse en el aburguesado Miramar, específicamente en la calle Monserrate esquina Navas, Omaya proclama en un episodio de hubris gastronómico, impreso en la pared del homónimo cafetín que le resguarda, ser la Reina del Mondongo. Un destartalado techo de lona funciona de hito para que no haya dudas sobre de cuál establecimiento se trata.

Al cruzar el dintel, a tu mano izquierda hay un mostrador que se proyecta hacia el frente pero no por mucho tramo. Los taburetes redondos reciben las nalgas de quienes deciden sentarse. Macilentas damas dominan el escenario con su inconfundible fenotipo antillano. Se escucha una Bachata con los decibeles necesarios para ratificar la inconfundible raza. Estamos entre hijos de “La Hispaniola”, con suculenta atmósfera que deriva hacia lo caótico cuando se suman las voces de los patrocinadores. 

Nada que ver con el mondongo pero ... Santurce
El “restorante” es apenas un pasillo, pero no duden que en tan estrecho espacio nazcan, vivan y mueran los lances que menos nos interesan. Los aromas provienen de alguna cocina escondida existente contra toda norma de urbanismo. Pero no se confundan: son fragancias apetitosas. Enseguida unas féminas de generosas fisonomía le extienden el servicial “dígame”. Como es la primera vez que visito el lugar entro en materia inmediatamente sin consideraciones ni muchos modales: “Sí, un mondongo por favor.” Entre siete y diez minutos después unas manos rollizas, ensortijadas y de uñas largas acicaladas colocan frente a usted un plato sopero colmado de las glorificadas vísceras. “Picante por favor” es la frase que compite contra la bachata que se escucha. Pero vamos, el condimento hubiera llegado de todos modos, porque, ¿qué es un mondongo sin un puntiagudo picantito? El caldo es lento y denso, de constitución perfecta. El material proteínico desborda, matizado cual jardín con los colores aportados por pedacitos de papas y zanahorias y quizás hasta un laurel. Luego viene el sabor con la mítica aptitud de satisfacer primitivas urgencias. Sí, el mondongo de Omaya pertenece a la realeza y seguramente es favorito entre los comunes.  



jueves, 1 de marzo de 2018

RR en su laberinto.

 La estremecida institución de la gobernación, investida en el joven político Ricardo Rossello, cayó en un profundo y predecible abismo.  Neófito fuera de la academia ante trabajos que requieren capacidad para comprender la administración pública, y a la misma vez ejercer liderato, el señor gobernador es -para usar la palabra más enunciada en su administración- el más vulnerable de los políticos que alguna vez ocupó el enajenado rescoldo de la Calle Fortaleza. El gobernador está acorralado. El asedio a mi entender es auto infligido. Aunque amerita mencionar que la naturaleza lo corona, y contribuye al sitio.

Admitámoslo: RR no es un líder. Es más bien un sucesor cuyo mérito principal -como figura política- descansa en ser hijo de otro gobernador estadista. Como tal, aprovechó las ventajas de su ascendencia para ingresar al servicio público de un modo atropellado; escribió y publicó un libro en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico con descaro, para refugiarse luego en una institución universitaria privada, donde ya estaba establecida la Biblioteca Museo de su padre. Ya libre de las responsabilidades y las reglas que tienen que observar los miembros del claustro de la universidad del estado, se agencio la estructura y a los acólitos de su progenitor para prevalecer en unas insulsas primarias. Creo que, objetivamente, pudo haberse tomado su tiempo y atemperarse al paso justo del calendario. Pero por su torpe sentido de urgencia ha hecho de su periplo uno que esta repleto de traspiés.

Se descarta que el funcionario carezca de intelectualidad pues ante su abultado bagaje académico sería más que una mentira una mezquindad. Pero a veces los títulos son intrascendentes cuando de inspirar y conducir a una nación se trata y Puerto Rico, de facto, es una. Existe un profundo vacío de liderato en el país y RR no lo puede llenar. Digámoslo de este modo. No era su tiempo. No era un hombre maduro. Y hoy, Puerto Rico paga las consecuencias de haberse dejado seducir por un joven adulto, ambicioso, pero muy verde para estos menesteres.

Una vez en campaña por la silla de gobernador, declaró que la deuda del país podía pagarse. Nadie sabe como pudo creérselo.  Proclamaba contar con un plan y reclamaba que el gobernador incumbente  había erosionado la credibilidad de Puerto Rico, cosa que él repararía. Un electorado ignorante lo eligió no tanto por mayoría sino por la fatiga de los electores, y por su parentesco familiar e institucional: RR es el hijo del Mesías. También ha sido el gobernador electo con el menor número de votos en la historia de Puerto Rico y probablemente el único emasculado de  sus poderes y prerrogativas.

Una vez electo y llegado el momento de cumplir lo que tanto prometió, no pudo hacer pagos a la deuda; trabaja para una junta impuesta por sus “fellow citizens”;  radicó la quiebra del país por conducto de la junta de supervisión y el cuerpo directivo de “la gran corporación”  le retiró expresamente la confianza. En la Isla la criminalidad, el desempleo y los números rojos de la economía son una realidad patente.  Sin llegar al año su administración está plagada de escándalos de todo tipo: sexuales, peculado, caos administrativo, violencia, prevaricación e incapacidad de ejecución. RR es un hombre capaz como estudiante, pero no está preparado para dirigir a Puerto Rico.  Los electores eligieron a un diletante. Y las consecuencias se ven en todas partes.
Recientemente ha declarado que en el 2023 habrá un superávit, falacia que sus seguidores celebran como si fuera un mantra, aun cuando saben que es improbable. Cual un Icaro portoricensis, RR se estrella cuando el Sol derrite el bordado de sus alas de mentira.

Pero RR no está solo en esta tragicomedia. Su equipo de trabajo denota una falta de profundidad y comprensión de lo que es gobierno. Una falta de conocimiento sobre la experiencia humana. Su secretario de la gobernación, su director de asuntos públicos y su asesor legal principal. Jóvenes cuyas capacidades se degradan cada vez que abren la boca. Sus comunicaciones son opacas y su contenido carece de la transparencia que de ellos se espera. Su sentido de empatía con el resto de los “mortales’ que moran en esta tierra no existe. Son uno para ellos y ellos para uno. No hay lealtad alguna para con el país, sino para el partido.

Y entonces llegó el huracán. Si bien la naturaleza puso de su parte para desenmascarar la farsa del liderato de Rosselló, también ha descorrido el velo en lo relativo a su credibilidad, prioridades y la incapacidad de conducir la reconstrucción de Puerto Rico.  Como Creta, nuestro país es una Isla, y aunque aquí Dédalo nunca construyó un laberinto, definitivamente RR ha edificado el suyo y no halla cómo salir.

domingo, 9 de julio de 2017


La Comisión de la Igualdad o Nunna daul Isunyi*


No estoy para nada en contra del nombramiento de una Comisión de la Igualdad. Lo que sí me inquieta es la elección del gobernador:  tres políticos y un pelotero. Se supone que sean siete.  No se si entre los otros tres que faltan,  incluirá a una vedette, a un contratista, un baloncelista o un payaso. No se ría. Hay payasos muy cerca del gobernador que ansían un nombramiento..

Todo lo anterior es parte del llamado plan Tennessee.  Un plan que varios territorios de los Estados Unidos utilizaron para ser incluidos en la federación. Comenzó precisamente en el estado que lleva su nombre por allá en el 1796, y para serles honesto, no tengo idea de cómo hicieron aquello sin un pelotero, porque el béisbol no se inventó sino hasta el 1839 en Cooperstown Nueva York.  

Se supone que siete personas -de las que ya hay cuatro-vayan ante el congreso a exigir  la inclusión de la Isla entre los otros  cincuenta estados. Claro, algo muy simple en estos tiempos.

Eso explica los primeros escogidos. Por un lado dos veteranos ex gobernadores con dos cuatrienios de experiencia cada uno y que, durante sus respectivas incumbencias,  nos endeudaron con el equivalente a $34 mil millones. Supongo que, ante el congreso y en ese buen inglés de ellos, diran algo asi… “ui uil not taik mor lends. Fiao is ouver” Por el otro,  incluyeron a un político de menor envergadura cuyo mejor mérito es lucir la sonrisa del comisionista agradecido. Es curioso o tal vez es pura casualidad: estos tres seres y muchos de sus familiares han vivido del erario público toda su vida. Valga apuntar al hecho que uno de los escogidos es además, padre del propio gobernador que lo eligió.

Y entonces está el pelotero. ¿Alguien sabe si es residente de Puerto Rico? De los cuatro seleccionados parecería tener el currículo más limpio. De hecho es el único cuentapropista millonario. Y sus millones, puede decirse, no se hicieron ni esquilmando ni pidiendo. El pelotero es literalmente un insumiso arrodillado que amasó un dineral por estar entre los mejores de su clase. Ahora, si yo fuera él, y viendo con quien se junta, dejaría mi billetera en una caja fuerte… fuera de Puerto Rico.


También me intriga el hecho de que el nombre Comisión de la Igualdad nada tiene que ver con la realidad.  Es imposible que vayamos de cuchifritos a platicar con el “cotton candy”. Cuando los territorios que utilizaron el plan Tenesí solicitaron su admisión al club, lo hicieron entre iguales. Y lo cierto es que nosotros los antillanos, por más blancos que nos creamos, somos muy distintos a los norteamericanos. El gusto por la pelota es otra cosa. Pero, de nuevo, usted no entra a las grandes ligas si no tiene el rendimiento y la capacidad similar a la de sus pares. Imagínese a los gobernadores de Tenesi y Michigan enviado a los Hurones y a los Yuchi a pedir la estadidad.  Así de simple.

Sabemos que en las postrimerías del siglo XVIII los que conformaron los equipos del plan Tenesi no jugaban béisbol. Pero Andrew Jackson, que formó parte de ese “team” era blanco, militar, comerciante y presbiteriano. Hablamos de un hombre que fue el séptimo presidente de los Estados Unidos. A los trece años Andrew Jackson  (que no está emparentado con Samuel L. Jackson) había empuñado las armas contra el Imperio Inglés; a los quince era prisionero de guerra. A contrario sensu, aquí tres de los cuatro seleccionados: dos de ellos eran unos privilegiados, que desde el Caparra Country Club decidieron besarle los pies al propio imperio. El tercero, no tan solo le besaba los pies a los trece años, sino que se los chupaba desde el Municipio de Carolina. El asunto es que el plan Tenesi se realizó entre gente de un mismo calibre. De la misma idiosincrasia aunque hubiera algunos kilómetros de territorio entre ellos. Aquellos, proclamaban su identidad. Los seleccionados a la Comisión de la Igualdad, la reniegan.
Entonces, en este Siglo 21, y con más de quinientos y pico de años de coloniaje, llega ante el congreso Romero Barceló... jadeante. Alguien con quien usted seguramente no se haría un “selfie”. Un hombre cuya actitud ya ha demostrado que puede llevar a cualquiera de sus interlocutores a propinarle un “sopapo” que provoque un ojo tumefacto. Con to y escolta…

El otro ex gobernador Pedro Rosselló (a.k.a. el Mesías), padre del que lo reclutó a él y al pelotero, y a quien se le atribuye el dudoso honor de permitir el esquema sistematizado de una cleptocracia, llegará menos jadeante, pero “ready to push it”. Cómo hizo para obtener su inmerecida pensión vitalicia de sobre cincuenta mil dólares. Resta entonces el tercer político: Charlie Rodríguez. Este destaca por lo bien que se ha cepillado los dientes.

Al final de cuentas y lo que quiero decir es que si usted es marroncito, tiene un acento resbaladizo, y aun así espera que la mayoría de los norteamericanos le tengan como a un igual, usted está enajenado.  Ninguno de estos tres es blanco, lo que se llama blanco. Ninguno es un protestante bona fide, ninguno empuñó las armas para defender la unión y mucho menos se atrevieron a pisar Corea o Vietnam, escudados en una élite criolla que les salvaguardó el pellejo. Ahora sí, cómo le han robado al gringo!

No, la Comisión de la Igualdad no es tal cosa. Es muy desigual. Y los norteamericanos hace rato que se dieron cuenta.

*El Sendero de Lágrimas

jueves, 4 de mayo de 2017

1M




El Mundo, con sus luces y sus sombras es un escenario para acontecimientos nobles y desgraciados. A veces, en un mismo lugar, se producen dos funciones antónimas que a pesar de definirnos, tienden a separarnos. El Primero de Mayo, día de los trabajadores, es una de esas efemérides que permite distintos tinglados. Tiene más de válvula de escape que de homilía solemne, a pesar de toda la solemnidad que entraña.  
Es el Día del Trabajo y no lo es. Concitamos multitudes con el deseo de reivindicar todo aquello que con “sangre, sudor y lágrimas” -y bastante fuego- permite una vida decente, o al menos que muchos se inserten en las corrientes económicas que la definen.
Es, por antonomasia, término y plazo para el reclamo. Es el reconocimiento de que no hay trabajo sin gente, pero que hay mucha sin trabajo.

En fin, el Primero de Mayo nos recuerda las conquistas y la agenda inconclusa. Por ello, existe la marcha que parodia un desfile marcial y el caos desde donde nace un Mundo. Habrá el que marche blandiendo la insignia de lo que cree; y estarán los observadores, acólitos o desentendidos. Y siempre, para muchos, el Primero de Mayo no dejará de ser una enorme y perturbadora contradicción. Sin embargo, en mi caso, prefiero que sea esa piedra en el zapato que le recuerda a quien ama la ley y el orden, que no hay tal cosa sin el trabajador.

domingo, 2 de abril de 2017

Al Primo Sergio


La fotografía mostraba un carrito descapotado color rojo. Era un TR de Triumph. Yo estaba en Venezuela y nuestra hégira hacia Puerto Rico era una determinación fuera de mi control. A los seis años se tiene control sobre muy pocas cosas. La fotografía vino de manos de mi madre. Desconozco si arribó por carta o con algún pariente antillano. Al dorso de la foto se podía leer algo así como “lo ven, les gusta? cuando vengan vamos a pasear en el”. La nota estaba firmada por “Albertito” uno de mis primos hermanos vía entronque materno.
Cuando llegamos a la Isla el carrito había sufrido un percance pero mi primo estaba ileso. Él tenía diecinueve años y yo recién cumplía los siete. Aquel primo inmenso de un metro noventa fue mi primer amigo en este país. Su novia y luego esposa, Neida también me acogió con el mismo cariño que Alberto. Ella le llamaba por su primer nombre, Sergio, para llevarle la contraria. Con Sergio Alberto mis primeros dias en Puerto Rico fueron menos duros. A pesar de la diferencia en edad, aquel gigante se mostraba complaciente y dispuesto siempre a brindarme la oportunidad de un buen rato. Me llevaba al cine. A sus prácticas de baloncesto. A dar una vuelta.
Sergio Alberto Morales Marrero se crió con los padres de mi madre y estos lo trataron siempre como a un hijo. La Guerra de Vietnam estaba en sus postrimerías pero aun reclamaba carne de cañón entre los jóvenes boricuas. Recuerdo a mi abuelo y su voluntad de ausubo infundir carácter a la familia y explicar lo que significa la objeción por conciencia. Sergio Alberto no iría a Vietnam. El abuelo no lo iba a exponer a regresar de aquella descabellada guerra como muchos de sus contemporáneos: en un bolso de cadáveres o con el alma tullida.
Cuando le conocí Albertito era jugador de baloncesto y estudiante de agrimensura, profesión que completó y revalidó para convertirse en un excelente profesional en su campo. En nuestro trato siempre hubo mucha complicidad. Fue un incondicional conmigo. Construía cometas inmensos para elevarlos en el Morro. Me regaló mi primera calculadora. Trabajé varios veranos en sus brigadas de agrimensura, lo que me llevó a conocer rincones y montañas de Puerto Rico.
Fuimos a Rusia juntos, antes de que cayera el muro de Berlín. El y su esposa fueron apoyo indispensable en una etapa de mi vida en que me convertí en esposo y padre casi al mismo tiempo. Y cuando decidí prepararme para mi reválida de derecho, fue generoso sin pedírselo. Apadrinó a mi hija. Fue un buen consejero. Y a veces un severo crítico. Lo vi criar a su hijo Alberto Miguel con un ímpetu patriarcal muy suyo. Neida su esposa hombro con hombro. Vi la felicidad que le brindaron sus nietos, así como los otros niños que se iban sumando a la familia. De su parte siempre hubo regalos para todos.
Una vez le obsequie un animal espléndido: un dálmata al que él bautizó “Punto”. El nombre me pareció genial porque aquel animal estaba lleno de ellos y porque, en la profesión de Sergio, el punto era la unidad y referencia básica desde donde nacía cualquier ejercicio de mensura. Sergio amaba su profesión. Era un hombre disciplinado. Madrugador, familiar, competente, terco, de buen humor y muy generoso.
Luego la vida le lanzó una baraja que le obligó a modificar su juego. Le metió mano a la vida con valor y determinación a pesar de estar enfermo. Un día lloramos juntos. Cómo olvidar ese día. Cómo olvidar ese día que le expresé mi rabia con la vida por el modo que lo había tratado. Fue ahí cuando vi a mi gigante favorito llorar, derrumbado en una silla de ruedas, y con sus ojos inundados decirme en un susurro que escapaba al llanto “César, no hay remedio, sino seguir viviendo”. Cosa que trató de hacer hasta que no pudo más. Como el niño de seis años con poco o sin ningún control sobre lo que pasará después. Mi primo deja una brillante estela de buenos recuerdos. Pero su partida también deja un inmenso vacío en mi familia. Hasta siempre Sergio. Un día de estos nos vamos de paseo en el TR.

domingo, 15 de enero de 2017

La Reforma



Puerto Rico está sitiado por la desesperación. Acorralados como estamos, hemos delegado en funcionarios electos la autoridad para desarrollar y aplicar las soluciones adecuadas que conjuren la crisis. Esta autoridad delegada no implica sumisión. Todo lo contrario. En estos tiempos más que nunca, funcionario electo y los que éste destaca quedan sujetos a ser cuestionados y llamados a rendir cuentas. Empero, órdenes y nuevas leyes -mal llamadas reformas- se han elaborado con la prisa del que no quiere rendir cuentas. Se hicieron con celeridad y con la colusión entre el que tiene la autoridad y la información y el que medra en aguas revueltas. Es una historia que se repite.
Desde sus recién estrenados curules, rezan el mantra “hay que privatizar e incentivar una cultura de trabajo”. Pero he visto entre familiares, amistades y extraños una cultura de trabajo incomprendida, e invisible para el político miope. Gente que vende en las calles flores, agua, frutas, vegetales. Profesionales que salen a campear la desesperanza. Médicos que visitan domicilios. Ingenieros ofertando sus servicios. Amas de llave; enfermeras con más de un turno en distintos destinos. Estudiantes trabajando en cafetines y barras. Mujeres preparadas académicamente que bailan en clubes, o venden sus encantos. Músicos a quienes convocan para que, luego de pagarles una miseria, interpreten gratis lo que tanto trabajo les ha costado aprender. Veo puntos de drogas estructurados como cualquier negocio de pasillo donde los vendedores acucian al cliente para lograr una venta. Con lo que recaudan alimentan y visten a los suyos, aunque el oficio les cueste la vida. Veo jóvenes que ponen su esperanza en el uniforme militar de otro país y cobran por ir a bombardear en las antípodas del nuestro para luego regresar con el espíritu muy mal herido. Repartidores de periódicos gratuitos. Mujeres emprendedoras, haciendo prendas, bizcochos y limpiando casas, a pesar de tener trabajo. Cientos de chóferes transportando carga y gente. Veo cuidadores de ancianos y enfermos; guardias de seguridad; agricultores, revendones. Encuentro a las secretarias a medio tiempo. Comercios abriendo con la esperanza de lograr subsistir. Observo hombres envejecidos retomando las jornadas de antes para ayudar a sus hijos. Entre todos los empleados que alguna vez tuve que supervisar o contratar nunca me di con uno que pudiera decirse que era un vago.
Antes del 1920 mi abuelo, caminó millas desde Barranquitas hasta Comerío para trabajar en la siembra de tabaco. Quizás por ello solo pudo completar estudios hasta el sexto grado. Mi madre, luego de servir como médico toda una vida, emigró a sus sesenta años de edad, en el 1997 en busca de medios para su retiro y jubilación.
Es decir: a principios del Siglo 20 mi abuelo sin tener más de catorce años dejó la escuela para poder procurar un sustento. Setenta y siete años después, su hija -que es mi madre- tuvo que marchar de su país en el umbral de su vejez y a los pies del Siglo 21. No me vengan con el cuento de la falta de cultura de trabajo. Mi familia se ha fajado en la jornada sin excepción: hermanos, hermanas, primos, todos. Pero en ese mismo tiempo he visto los mismos apellidos que alguna vez entraron a la política, para enriquecerse ellos y su estirpe, asegurándose su futuro y el de sus cachorros. Para ellos, “servidor público” no es un distintivo sino un vulgar seudónimo. No trabajaron tanto como mi familia. Solo llevaron los apellidos y el genoma de un partido. Repartieron entre ellos y sus amigos. Otros se vendieron a los mejores postores hasta convertirse en prendas de bolsillo. Aunque reconozco que siempre han habido contadas excepciones.
Porque conozco la cultura de trabajo de los míos y la cultura de prevaricación de otros les digo: no hay reforma laboral, lo que hay es el despojo de derechos que pocas veces han sido refrendados como exige la ley. Usted no se imagina lo que le hacen a muchos empleados en este país. No tiene idea de cuántos -por no conocer sus derechos ni tener a quien recurrir- echan a pérdida el desafuero y vuelven a empezar. Los he visto. Los conozco a ellos y a los perpetradores. La única reforma que respaldo es contra la impunidad de quienes administraron para ellos y no para el País.
Lo que he visto hasta ahora lo he visto antes, y no es nada halagador.