domingo, 9 de julio de 2017


La Comisión de la Igualdad o Nunna daul Isunyi*


No estoy para nada en contra del nombramiento de una Comisión de la Igualdad. Lo que sí me inquieta es la elección del gobernador:  tres políticos y un pelotero. Se supone que sean siete.  No se si entre los otros tres que faltan,  incluirá a una vedette, a un contratista, un baloncelista o un payaso. No se ría. Hay payasos muy cerca del gobernador que ansían un nombramiento..

Todo lo anterior es parte del llamado plan Tennessee.  Un plan que varios territorios de los Estados Unidos utilizaron para ser incluidos en la federación. Comenzó precisamente en el estado que lleva su nombre por allá en el 1796, y para serles honesto, no tengo idea de cómo hicieron aquello sin un pelotero, porque el béisbol no se inventó sino hasta el 1839 en Cooperstown Nueva York.  

Se supone que siete personas -de las que ya hay cuatro-vayan ante el congreso a exigir  la inclusión de la Isla entre los otros  cincuenta estados. Claro, algo muy simple en estos tiempos.

Eso explica los primeros escogidos. Por un lado dos veteranos ex gobernadores con dos cuatrienios de experiencia cada uno y que, durante sus respectivas incumbencias,  nos endeudaron con el equivalente a $34 mil millones. Supongo que, ante el congreso y en ese buen inglés de ellos, diran algo asi… “ui uil not taik mor lends. Fiao is ouver” Por el otro,  incluyeron a un político de menor envergadura cuyo mejor mérito es lucir la sonrisa del comisionista agradecido. Es curioso o tal vez es pura casualidad: estos tres seres y muchos de sus familiares han vivido del erario público toda su vida. Valga apuntar al hecho que uno de los escogidos es además, padre del propio gobernador que lo eligió.

Y entonces está el pelotero. ¿Alguien sabe si es residente de Puerto Rico? De los cuatro seleccionados parecería tener el currículo más limpio. De hecho es el único cuentapropista millonario. Y sus millones, puede decirse, no se hicieron ni esquilmando ni pidiendo. El pelotero es literalmente un insumiso arrodillado que amasó un dineral por estar entre los mejores de su clase. Ahora, si yo fuera él, y viendo con quien se junta, dejaría mi billetera en una caja fuerte… fuera de Puerto Rico.


También me intriga el hecho de que el nombre Comisión de la Igualdad nada tiene que ver con la realidad.  Es imposible que vayamos de cuchifritos a platicar con el “cotton candy”. Cuando los territorios que utilizaron el plan Tenesí solicitaron su admisión al club, lo hicieron entre iguales. Y lo cierto es que nosotros los antillanos, por más blancos que nos creamos, somos muy distintos a los norteamericanos. El gusto por la pelota es otra cosa. Pero, de nuevo, usted no entra a las grandes ligas si no tiene el rendimiento y la capacidad similar a la de sus pares. Imagínese a los gobernadores de Tenesi y Michigan enviado a los Hurones y a los Yuchi a pedir la estadidad.  Así de simple.

Sabemos que en las postrimerías del siglo XVIII los que conformaron los equipos del plan Tenesi no jugaban béisbol. Pero Andrew Jackson, que formó parte de ese “team” era blanco, militar, comerciante y presbiteriano. Hablamos de un hombre que fue el séptimo presidente de los Estados Unidos. A los trece años Andrew Jackson  (que no está emparentado con Samuel L. Jackson) había empuñado las armas contra el Imperio Inglés; a los quince era prisionero de guerra. A contrario sensu, aquí tres de los cuatro seleccionados: dos de ellos eran unos privilegiados, que desde el Caparra Country Club decidieron besarle los pies al propio imperio. El tercero, no tan solo le besaba los pies a los trece años, sino que se los chupaba desde el Municipio de Carolina. El asunto es que el plan Tenesi se realizó entre gente de un mismo calibre. De la misma idiosincrasia aunque hubiera algunos kilómetros de territorio entre ellos. Aquellos, proclamaban su identidad. Los seleccionados a la Comisión de la Igualdad, la reniegan.
Entonces, en este Siglo 21, y con más de quinientos y pico de años de coloniaje, llega ante el congreso Romero Barceló... jadeante. Alguien con quien usted seguramente no se haría un “selfie”. Un hombre cuya actitud ya ha demostrado que puede llevar a cualquiera de sus interlocutores a propinarle un “sopapo” que provoque un ojo tumefacto. Con to y escolta…

El otro ex gobernador Pedro Rosselló (a.k.a. el Mesías), padre del que lo reclutó a él y al pelotero, y a quien se le atribuye el dudoso honor de permitir el esquema sistematizado de una cleptocracia, llegará menos jadeante, pero “ready to push it”. Cómo hizo para obtener su inmerecida pensión vitalicia de sobre cincuenta mil dólares. Resta entonces el tercer político: Charlie Rodríguez. Este destaca por lo bien que se ha cepillado los dientes.

Al final de cuentas y lo que quiero decir es que si usted es marroncito, tiene un acento resbaladizo, y aun así espera que la mayoría de los norteamericanos le tengan como a un igual, usted está enajenado.  Ninguno de estos tres es blanco, lo que se llama blanco. Ninguno es un protestante bona fide, ninguno empuñó las armas para defender la unión y mucho menos se atrevieron a pisar Corea o Vietnam, escudados en una élite criolla que les salvaguardó el pellejo. Ahora sí, cómo le han robado al gringo!

No, la Comisión de la Igualdad no es tal cosa. Es muy desigual. Y los norteamericanos hace rato que se dieron cuenta.

*El Sendero de Lágrimas

jueves, 4 de mayo de 2017

1M




El Mundo, con sus luces y sus sombras es un escenario para acontecimientos nobles y desgraciados. A veces, en un mismo lugar, se producen dos funciones antónimas que a pesar de definirnos, tienden a separarnos. El Primero de Mayo, día de los trabajadores, es una de esas efemérides que permite distintos tinglados. Tiene más de válvula de escape que de homilía solemne, a pesar de toda la solemnidad que entraña.  
Es el Día del Trabajo y no lo es. Concitamos multitudes con el deseo de reivindicar todo aquello que con “sangre, sudor y lágrimas” -y bastante fuego- permite una vida decente, o al menos que muchos se inserten en las corrientes económicas que la definen.
Es, por antonomasia, término y plazo para el reclamo. Es el reconocimiento de que no hay trabajo sin gente, pero que hay mucha sin trabajo.

En fin, el Primero de Mayo nos recuerda las conquistas y la agenda inconclusa. Por ello, existe la marcha que parodia un desfile marcial y el caos desde donde nace un Mundo. Habrá el que marche blandiendo la insignia de lo que cree; y estarán los observadores, acólitos o desentendidos. Y siempre, para muchos, el Primero de Mayo no dejará de ser una enorme y perturbadora contradicción. Sin embargo, en mi caso, prefiero que sea esa piedra en el zapato que le recuerda a quien ama la ley y el orden, que no hay tal cosa sin el trabajador.

domingo, 2 de abril de 2017

Al Primo Sergio


La fotografía mostraba un carrito descapotado color rojo. Era un TR de Triumph. Yo estaba en Venezuela y nuestra hégira hacia Puerto Rico era una determinación fuera de mi control. A los seis años se tiene control sobre muy pocas cosas. La fotografía vino de manos de mi madre. Desconozco si arribó por carta o con algún pariente antillano. Al dorso de la foto se podía leer algo así como “lo ven, les gusta? cuando vengan vamos a pasear en el”. La nota estaba firmada por “Albertito” uno de mis primos hermanos vía entronque materno.
Cuando llegamos a la Isla el carrito había sufrido un percance pero mi primo estaba ileso. Él tenía diecinueve años y yo recién cumplía los siete. Aquel primo inmenso de un metro noventa fue mi primer amigo en este país. Su novia y luego esposa, Neida también me acogió con el mismo cariño que Alberto. Ella le llamaba por su primer nombre, Sergio, para llevarle la contraria. Con Sergio Alberto mis primeros dias en Puerto Rico fueron menos duros. A pesar de la diferencia en edad, aquel gigante se mostraba complaciente y dispuesto siempre a brindarme la oportunidad de un buen rato. Me llevaba al cine. A sus prácticas de baloncesto. A dar una vuelta.
Sergio Alberto Morales Marrero se crió con los padres de mi madre y estos lo trataron siempre como a un hijo. La Guerra de Vietnam estaba en sus postrimerías pero aun reclamaba carne de cañón entre los jóvenes boricuas. Recuerdo a mi abuelo y su voluntad de ausubo infundir carácter a la familia y explicar lo que significa la objeción por conciencia. Sergio Alberto no iría a Vietnam. El abuelo no lo iba a exponer a regresar de aquella descabellada guerra como muchos de sus contemporáneos: en un bolso de cadáveres o con el alma tullida.
Cuando le conocí Albertito era jugador de baloncesto y estudiante de agrimensura, profesión que completó y revalidó para convertirse en un excelente profesional en su campo. En nuestro trato siempre hubo mucha complicidad. Fue un incondicional conmigo. Construía cometas inmensos para elevarlos en el Morro. Me regaló mi primera calculadora. Trabajé varios veranos en sus brigadas de agrimensura, lo que me llevó a conocer rincones y montañas de Puerto Rico.
Fuimos a Rusia juntos, antes de que cayera el muro de Berlín. El y su esposa fueron apoyo indispensable en una etapa de mi vida en que me convertí en esposo y padre casi al mismo tiempo. Y cuando decidí prepararme para mi reválida de derecho, fue generoso sin pedírselo. Apadrinó a mi hija. Fue un buen consejero. Y a veces un severo crítico. Lo vi criar a su hijo Alberto Miguel con un ímpetu patriarcal muy suyo. Neida su esposa hombro con hombro. Vi la felicidad que le brindaron sus nietos, así como los otros niños que se iban sumando a la familia. De su parte siempre hubo regalos para todos.
Una vez le obsequie un animal espléndido: un dálmata al que él bautizó “Punto”. El nombre me pareció genial porque aquel animal estaba lleno de ellos y porque, en la profesión de Sergio, el punto era la unidad y referencia básica desde donde nacía cualquier ejercicio de mensura. Sergio amaba su profesión. Era un hombre disciplinado. Madrugador, familiar, competente, terco, de buen humor y muy generoso.
Luego la vida le lanzó una baraja que le obligó a modificar su juego. Le metió mano a la vida con valor y determinación a pesar de estar enfermo. Un día lloramos juntos. Cómo olvidar ese día. Cómo olvidar ese día que le expresé mi rabia con la vida por el modo que lo había tratado. Fue ahí cuando vi a mi gigante favorito llorar, derrumbado en una silla de ruedas, y con sus ojos inundados decirme en un susurro que escapaba al llanto “César, no hay remedio, sino seguir viviendo”. Cosa que trató de hacer hasta que no pudo más. Como el niño de seis años con poco o sin ningún control sobre lo que pasará después. Mi primo deja una brillante estela de buenos recuerdos. Pero su partida también deja un inmenso vacío en mi familia. Hasta siempre Sergio. Un día de estos nos vamos de paseo en el TR.

domingo, 15 de enero de 2017

La Reforma



Puerto Rico está sitiado por la desesperación. Acorralados como estamos, hemos delegado en funcionarios electos la autoridad para desarrollar y aplicar las soluciones adecuadas que conjuren la crisis. Esta autoridad delegada no implica sumisión. Todo lo contrario. En estos tiempos más que nunca, funcionario electo y los que éste destaca quedan sujetos a ser cuestionados y llamados a rendir cuentas. Empero, órdenes y nuevas leyes -mal llamadas reformas- se han elaborado con la prisa del que no quiere rendir cuentas. Se hicieron con celeridad y con la colusión entre el que tiene la autoridad y la información y el que medra en aguas revueltas. Es una historia que se repite.
Desde sus recién estrenados curules, rezan el mantra “hay que privatizar e incentivar una cultura de trabajo”. Pero he visto entre familiares, amistades y extraños una cultura de trabajo incomprendida, e invisible para el político miope. Gente que vende en las calles flores, agua, frutas, vegetales. Profesionales que salen a campear la desesperanza. Médicos que visitan domicilios. Ingenieros ofertando sus servicios. Amas de llave; enfermeras con más de un turno en distintos destinos. Estudiantes trabajando en cafetines y barras. Mujeres preparadas académicamente que bailan en clubes, o venden sus encantos. Músicos a quienes convocan para que, luego de pagarles una miseria, interpreten gratis lo que tanto trabajo les ha costado aprender. Veo puntos de drogas estructurados como cualquier negocio de pasillo donde los vendedores acucian al cliente para lograr una venta. Con lo que recaudan alimentan y visten a los suyos, aunque el oficio les cueste la vida. Veo jóvenes que ponen su esperanza en el uniforme militar de otro país y cobran por ir a bombardear en las antípodas del nuestro para luego regresar con el espíritu muy mal herido. Repartidores de periódicos gratuitos. Mujeres emprendedoras, haciendo prendas, bizcochos y limpiando casas, a pesar de tener trabajo. Cientos de chóferes transportando carga y gente. Veo cuidadores de ancianos y enfermos; guardias de seguridad; agricultores, revendones. Encuentro a las secretarias a medio tiempo. Comercios abriendo con la esperanza de lograr subsistir. Observo hombres envejecidos retomando las jornadas de antes para ayudar a sus hijos. Entre todos los empleados que alguna vez tuve que supervisar o contratar nunca me di con uno que pudiera decirse que era un vago.
Antes del 1920 mi abuelo, caminó millas desde Barranquitas hasta Comerío para trabajar en la siembra de tabaco. Quizás por ello solo pudo completar estudios hasta el sexto grado. Mi madre, luego de servir como médico toda una vida, emigró a sus sesenta años de edad, en el 1997 en busca de medios para su retiro y jubilación.
Es decir: a principios del Siglo 20 mi abuelo sin tener más de catorce años dejó la escuela para poder procurar un sustento. Setenta y siete años después, su hija -que es mi madre- tuvo que marchar de su país en el umbral de su vejez y a los pies del Siglo 21. No me vengan con el cuento de la falta de cultura de trabajo. Mi familia se ha fajado en la jornada sin excepción: hermanos, hermanas, primos, todos. Pero en ese mismo tiempo he visto los mismos apellidos que alguna vez entraron a la política, para enriquecerse ellos y su estirpe, asegurándose su futuro y el de sus cachorros. Para ellos, “servidor público” no es un distintivo sino un vulgar seudónimo. No trabajaron tanto como mi familia. Solo llevaron los apellidos y el genoma de un partido. Repartieron entre ellos y sus amigos. Otros se vendieron a los mejores postores hasta convertirse en prendas de bolsillo. Aunque reconozco que siempre han habido contadas excepciones.
Porque conozco la cultura de trabajo de los míos y la cultura de prevaricación de otros les digo: no hay reforma laboral, lo que hay es el despojo de derechos que pocas veces han sido refrendados como exige la ley. Usted no se imagina lo que le hacen a muchos empleados en este país. No tiene idea de cuántos -por no conocer sus derechos ni tener a quien recurrir- echan a pérdida el desafuero y vuelven a empezar. Los he visto. Los conozco a ellos y a los perpetradores. La única reforma que respaldo es contra la impunidad de quienes administraron para ellos y no para el País.
Lo que he visto hasta ahora lo he visto antes, y no es nada halagador.

lunes, 9 de enero de 2017

La marca Trump.




Casi todo el mundo por estos tiempos lleva en la boca al fenómeno Donald Trump. En los próximos días asumirá el puesto como el presidente número cuarenta y cinco  de los EUA.  

A sus setenta años, Donald mantuvo su pertinencia entre el pueblo norteamericano,  primero como hombre de negocios y luego como contenido en el conglomerado del entretenimiento y la información. Programas de entrevistas, cobertura de sus iniciativas de negocios, y hasta serial televisivo. Desde esos nichos mediáticos se fraguó su omnipresencia entre sus conciudadanos. Claro está, su narcisismo y voracidad complementaron el camino hacia la candidatura presidencial.


Como norma general el político compite para exponer su persona y divulgar sus ideas desde un costoso y complejo entramado partidista y de leyes electorales. Donald no estuvo sujeto a esa fuerza de gravedad que inicia y limita a los políticos de carrera. Por el contrario, flotaba y se lucía sobre ellos desde hace mucho tiempo.  Cuando decidió incursionar en la vida política, Trump ya era un producto, una marca de consumo diario; la suma de toda la publicidad y la propaganda encarnadas.
 
Su gran ventaja sobre los otros candidatos era el factor reconocimiento que relacionistas, prensa, televisión y otros medios le concedieron. Desde el más fútil cotilleo hasta los asuntos de Estado, Donald mantuvo y mantiene la presencia y exposición avasallante contra la que ningun politico pudo competir.

A pesar de lo anterior, soy de los muchos que pensó que Trump no tenía chances de convertirse primero en candidato a la presidencia, y mucho menos en presidente de los EUA. Esa desenfadada opinión convirtió el triunfo de Trump en una gran sorpresa a pesar de todas las señales que vienen ocurriendo de un tiempo a esta parte.

Lo que me lleva a mi segunda consideración. ¿Puede alguien pensar que Trump no representa los colores de EUA? Hay quien citará la constitución como si fuera el muro de contención. Hay quien dirá que en la “democracia” más poderosa del mundo los pesos y contrapesos limitan los excesos. Y hay quien realmente cree el cuento de la  excepcionalidad según deriva de aquel discurso pronunciado en  Gettysburg, en 1863.

Sin embargo,  en un principio, cuando vimos a Trump entrar en la contienda presidencial, imaginamos todas las razones por las que -según nosotros- el hombre no ganaría: Es un arrogante, es un engreído; es un irrespetuoso, es demasiado ambicioso, es un misógino, es racista, es un xenofobo, es un metiche, es violento, es desconsiderado, es un abusador, es un estafador, es un mentiroso… Todos esos calificativos y otros que seguramente conoceremos en el futuro.  

La cuestión es que nunca pensamos que Donald es la suma de todo eso, y a pesar de ello, alguna que otra virtud debe tener. Como el país que se apresta a presidir.

Porque EUA no es la estatua de la libertad necesariamente. Es el primer y único país del mundo que detonó no una, sino dos bombas atómicas sobre civiles. Es el país que en Vietnam lanzó más explosivos sobre villorrios y campesinos que los lanzados  durante la Segunda Guerra Mundial. Es la nación que consideró a Mandela terrorista y a los Contras luchadores por la libertad a quienes la CIA financió con el trasiego de la coca.
La que creó la prisión de Guantánamo y mantuvo secuestrados y presos a decenas de ciudadanos musulmanes inocentes. El gobierno que encerró a sus ciudadanos de ascendencia oriental en campos de concentración. El país que bajo un esquema de privatización delegó las facilidades correccionales a una empresa que sobornó a jueces -y estos aceptaron- para llenar los espacios carcelarios con decenas de jóvenes.
La nación que, bajo un pretexto falso transmitido a toda su ciudadanía y al mundo,  invadió a Irak desestabilizando toda una geografía y sus etnias; la que continúa interviniendo en otros países del Medio Oriente.
Es el imperio que denuncia sin pruebas concretas que Rusia influenció las elecciones presidenciales y obvia que ese ha sido su modus operandi en Ucrania, Congo, Guatemala, Zaire, Grecia, Chile, Italia, Cuba, Puerto Rico, Angola, Panamá, Venezuela, República Dominicana, El Salvador, Irán, Irak, Libia, Afganistán, Filipinas y China entre otros.  Es el país donde el racismo es un hecho; es la nación que socolor de impedir el terrorismo ha matado más de un millón y medio de habitantes en Irak y Afganistán; un país de inmigrantes inoculado con xenofobia; es un país cuyos ‘intereses” no son los del ciudadano común, sino los de un complejo industrial militar capaz, no de influir, sino de dirigir la diplomacia y la política exterior. Un país que prefiere destruir los alimentos para mantener un precio a costa del hambre de sus más de treinta millones de pobres; un país que se niega a brindar un sistema sanitario decente y prefiere gastar el triple de todo lo que gastan otros países y potencias en su aparato militar y de “inteligencia”.

Para que un país realice todas estas “hazañas” impunemente requiere que mucha gente, decenas de millones de personas, las acepte, las ejecute, las avale y vea estos actos como algo necesario, como acciones naturales o correctas.

No digo que EUA no tenga virtudes encomiables.  Trump también debe tener sus buenos hechos. Pero, después de todo, EUA es el país de Trump. Y Trump… la  síntesis de su marca.