sábado, 31 de diciembre de 2011

Felices Resoluciones.


Aun entre barahúnda y celebraciones hay espacios en estos días para considerar resoluciones. Y entre gente que conozco hay quienes se plantean una pléyade de nimiedades. Como si al primero de enero hubiese un borrón y cuenta nueva, para iniciar nuevas estupideces. Bueno, al menos es algo. Al menos es una ilusión de cambio, y a veces las ilusiones no son una extravagancia inalcanzable.  
Pero qué tal si las resoluciones no fueran particulares. No fueran tan egoístas, por decirles de algún modo.  Que tal si las resoluciones, por su contenido, fueran de por si una determinada posibilidad de vida; un cambio, no para unos pocos, sino para la inmensa mayoría.
No digamos empero que se trate de alcanzar la igualdad que nos endilgan los tratados políticos, acaso exigencias de mayor justicia. Me refiero a cambios decorosos para los que quizás no tengo la palabra precisa. Pero el que yo no tenga esa palabra exacta que tanto anhelo (ya antes he dicho que se escapan y se esconden) no quiere decir que otros no puedan esclarecer los misterios de unas verdaderas resoluciones, denominándolas correctamente en episodios de real inspiración divina. Como lo hace, por ejemplo, Eduardo Galeano.
Feliz Nuevo Año   

martes, 27 de diciembre de 2011

Mi amigo Manny.

Manny y su nieta Alyssa

Platicaba con mi amigo de la infancia, Manny Guevara, a quien siempre distinguí por contar con una inteligencia natural y muy buena determinación para lo que le gustara. Nadie sino él supo dirigir su inteligencia y sus impaciencias. Inquieto de adolescente, sin proponérselo, anduvo por toda suerte de escollos. Confieso que le acompañe en varios de ellos, como si fuéramos dos cachorros. Un buen día Manny desapareció. Emigró, adolescente todavía, primero a Nueva York y luego solo el destino supo a dónde.
Un buen día apareció. Luego de más de dieciséis años desde que partió. El me encontró. De algún modo  supo cómo hallarme. Es obvio que alguien que te tiene como amigo, verdadero amigo me refiero, hace cualquier cosa por encontrarte cuando tiene deseos de hacerlo. Manny, como antes dije, es un hombre inteligente y determinado. Para encontrarme solo tuvo que proponérselo. 
“Mira miiijo” fue lo que escuché al otro lado del auricular para transportarme a mi adolescencia. Aquella voz callosa no había cambiado. Y mucho menos su carcajada gutural. Teníamos treinta y tres años en ese entonces. 
Me dijo que andaba  de visita en Puerto Rico. Que se había casado. Que tenía dos niños. Celebraría el cumpleaños de uno de ellos y deseaba invitarme junto a mi familia a la celebración. Ese reencuentro fue feliz. Conversamos de algunas cosas que por confiadas prefiero no compartir. Conocí a su esposa y a sus chicos. El conoció a los míos. Vi a su señora madre y su esposo. En fin, como suelen ser los encuentros de viejos amigos luego de dieciséis años. Entonces desapareció de nuevo. Esta vez a buscar fortuna en la construcción luego de que un huracán devastara el estado de la Florida. 
De eso ya van diecisiete años. Hasta hoy, cuando por magia de la tecnología volví a saber de él. Un mensaje de texto preguntó mi número telefónico a través de esa ventana a la imprudencia que es Facebook.  Era Manny. Le dije que mi teléfono era el mismo e instantes después mi móvil sonó. Al contestar volví a escuchar su inconfundible saludo seguido de una carcajada que conozco muy bien. Su español lucía los estragos de la falta de práctica.
Ya peinamos canas y alguno que otro cabello en lugares que antes eran lampiños. Ahora es abuelo. Y como si nos contáramos qué habíamos hecho durante un fin de semana cualquiera, nos pusimos al día de los más de tres lustros sucedidos.
Platicamos de cómo discurren las cosas allá en su domicilio y acá en el mío. Repasamos los cambios que han ocurrido en el mundo y cómo también cambiaron las reacciones de las personas. Comparábamos sucesos y situaciones.  Y luego de una conversación larga que nos debíamos, descubrí porqué Manny y yo hemos podido ser amigos, a pesar de las distancias y el tiempo. Coincidimos y la experiencia prácticamente nos ha llevado, como en aquel inconsciente colectivo que proclamaba Carl Gustav Jung, a entender la vida de un modo muy parecido.
Atrás han ido quedando las lealtades incondicionales. Sabemos ahora que el respeto y el amor se ganan a través de un proceso consistente y consciente. Hemos aprendido que la gratitud es importante. Que la familia vale la pena y es lo que más cerca tenemos, aunque se cimenta en los mismos principios de cualquier otra relación. Aprendimos también que en el periplo de la vida hay muchas injerencias que manipulan e intentan extraer de nosotros la chispa que nos permite disfrutar de la vida, al hipotecar nuestro espíritu a expectativas y necesidades que son ilusorias. 
Conversamos de cómo se ha homogenizado la subsistencia. De que la educación y la instrucción carecen de una estructura que le permita a cada quien realizarse hasta su potencial máximo. Y de cómo el gobierno disfrazado de bienhechor muchas veces establece los fundamentos de nuestros grandes problemas, por su falta de honestidad principalmente.
Si, Manny siempre fue hombre libre. Inquieto y decidido. Lo mejor de todo es que a estas alturas de la vida sabe precisamente como ocuparse y hacer las cosas que verdaderamente importan.  
“Mira miiiijo” sonaba bien cuando teníamos quince años. Y ahora a los cincuenta, cuando me doy cuenta de nuestra conexión, el saludo de Manny se escucha mucho mejor.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Chicken a la Carte...Una inconveniente y dolorosa realidad







Caminaba por el espacio cibernético y me tope con este excelente portal que vale la pena preservar. Se llama cultureunplug.com… está lleno de sorpresas como Chicken a la Carte…



viernes, 23 de diciembre de 2011

"Y una palabra tuya..."


Lo más bello -y terrible-  de las palabras, es la exegética en que nos sumergen. Bien  para escondernos y protegernos con ellas, o para llevar una ofensiva rapaz donde el vocablo misericordia quede al rescoldo.
Con las palabras hacemos nuestras promesas y con nuestras acciones las borramos. Pero no desaparecen del todo, porque el eco  de una promesa platicada es como un camafeo en el pecho.  Con las palabras asumimos compromisos metafísicos, y con nuestras dudas los postergamos. Si tan solo conociéramos el espíritu de las palabras, más que saber usarlas, aprenderíamos cuándo exactamente pronunciarlas. O escribirlas.

Personalmente ando en guerra con las palabras. A veces impiden que las agarre. A veces huyen o se esconden. Y entonces me quedo mudo. Y ni el tacto puede ya suplantar el efecto de la palabra oportuna. Esa que deseas escuchar con todas, digo todas, las fuerzas de tu corazón. Esa palabra vaporosa que va por el espacio hasta los oídos de otro. De ahí que la peor tragedia de las palabras es aguardar por ellas en el andén del destino para irnos a un viaje feliz.

Interpretar la palabra puede tomar una vida. Por eso permanecen satelitalmente, como la luna,  a veces plena y otras veces a oscuras.  Para mí son de mayor preocupación  cuando así orbitan. Las escuchaste una vez y no se marchan. Su reverberación es un estímulo. Vibran. La tomas con un lápiz; la escribes en el ordenador; la extraes de una canción, de un recuerdo; las pronuncias con una lentitud gustativa, saboreando cada sílaba como si fuera un fino chocolate que en un instante se vuelve amargo. Y no puedes hacer nada porque orbita. Y aprendes a tenerla de vecina, de acompañante. La amas, pero otros días la detestas porque cuando quisieras que se marchase permanece.  Como un tatuaje. Es ahí cuando la palabra se torna más difícil. Porque no la entiendes. Preferirías entonces no haberla escuchado jamás, aunque intuyas que la vas a extrañar.

domingo, 18 de diciembre de 2011

y paz en la tierra


Terminó la guerra de Irak. Con ese designio parecería que el Sr. Obama extiende un recibo de borrón y cuenta nueva sobre una de las guerras de mayor inmoralidad. Todavía resta Afganistán y la tentativa en Irán. Yo diría que esto apenas comienza.
Todo el aparato de comunicaciones convencional repite que la guerra llegó a su fin. Parece un epitafio. Pero lejos esta de terminar el rastro de dolor y sufrimiento; las injusticias y los reclamos. Se alega que un millón de iraquíes murieron a consecuencia de la ocupación. La infraestructura está destruida y los nuevos interinatos no parecen ser muy democráticos que digamos. Las huellas de una guerra no solo quedan en el concreto y las latas derruidas.  Mancos, cojos, tuertos, huérfanos y sicóticos quizás nos lo pueden explicar mejor.
Si continuamos  creyendo que estamos en paz, un día la guerra  tocará a nuestras puertas.  Solo entonces sabremos que para quienes vivieron en una, la guerra rara vez termina.
http://www.guardian.co.uk/world/video/2010/oct/23/iraq-war-logs-torture-frago242

jueves, 15 de diciembre de 2011

Memoria


De memoria identificamos lo cotidiano como cuando una lámpara nos revela el mundo. El rostro, el árbol, la calle, el hermano, al amigo, nuestros hijos: sabemos lo que son porque antes ya les hemos conocido haciéndolos nuestro de distintos modos.
Los sentidos, cómplices con la retentiva, programan nuestra aceptación y el reconocimiento de las cosas. La memoria es luz.
Y el cauce de la vida nos permite aprovechar ese fulgor para tantas cosas. La cotidianidad no sería lo que es sin la memoria. Con ella reforzamos nuestra experiencia, y vivimos. Reconocemos un presente esplendoroso, o quizás, mejores recuerdos que un ahora.

Pero un buen día esa lámpara refulgente  inicia su desgano mansamente. La ineludible evolución no se fija en nosotros. Rebasa nuestro presente con sutileza y subterfugio. Tal vez se apiade de otros en un futuro. Y en una fecha imprevista hallamos la neblina. Leguas de tiempo se interponen y avasallan los sentidos. Caminamos a tientas. La luz se extingue y con ella la memoria. Entonces ya ni siquiera reconocemos las tinieblas. 
Como cuando no encuentras las llaves. O como cuando las rutas de antes son irreconocibles. Como cuando olvidas las tres comidas diarias, o las que sean. O como cuando tus hijos ya no son los tuyos. 
En tus ojos sigue habiendo ventanas,  pero ya no son las del alma. Se ha extinguido el paisaje porque todo lo que antes conocías te es extraño.

martes, 6 de diciembre de 2011

C


Si la nombremancia realmente fuera cierta, ya me gustaría que C. pudiera redimir todo lo bueno que haya en el ingénito destino que proclama su nombre.  Pero no soy supersticioso. Más creo en un viejo adagio que conozco y me alarma cada vez que lo repaso: el carácter… es el destino.
C. es uno de esos jóvenes para quienes las oportunidades ya fueron cobradas y saldadas. Tarde llegó a la repartición. Como muchos de nuestros jóvenes que no quieren hacer la fila, -porque es lo único que les ha tocado hacer desde que nacieron-  C. intentó adentrarse a la corriente económica que impera de una manera expedita. No creo que ninguna otra persona, que no fuera su progenitora, haya tenido el deseo de atenderle primero a él.
En su correr abreviado se topó de frente con la ley y todo lo que ello significa. La acusación dice que se le incautaron 31.00 dólares al momento de su arresto. El inciste que le robaron $240.00, y no tengo por qué no creerle.

¿Quién no se equivoca?, sobre todo cuando la disparidad infinita acusa hacia una triste probabilidad estadística. Educación: Cuarto Año. Oficio Albañilería. Edad; demasiada como para quedarse en su hogar tranquilo.  Usuario de sustancias controladas. Ganas terribles de reinventarse. Sin herramientas. Y un caso en corte. Su nombre bien puede ser D. o F.

El asunto es que desearía que su azimut estuviera en otra parte, entre gente más sensible. Entre gente que cuando miran a C., a su rostro, puedan identificarnos a todos. Y se compadecieran.
C. tiene “una oportunidad dorada, un privilegio” de rehabilitarse. En ese orden (fue lo que me llamó la atención). Al menos eso le vende el Estado. Sin herramientas vuelvo e insisto. Y la herramienta puede ser el padre, la madre, el hermano mayor, la tía, el vecino, el pastor, el profesor, el policía que lo arrestó, el alcalde, el doctor. Una sola, o varias en conjunto. Aunque ya sean muy pocas herramientas. A su audiencia para acusar y celebrar juicio C. compareció sin desayunar. Y a las doce del medio día el hambre podía más que la obligación de pararse frente a un juez. O al menos eso dijo el. 

Damos tanto por sentado.  Deberíamos percatarnos de que el carácter de nuestros jóvenes, hay que defenderlo. Nos va el destino en ello.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Sonó, Tite Curet Sonó ♫


     Recuerdo a Don Catalino (Tite) Curet Alonso sentado en cualquier espacio de la Plaza de Armas del Viejo San Juan, frente al ayuntamiento y cerca del Departamento de Estado.  No recuerdo haberlo visto entre palomas, mas siempre le vi con algún contertulio y con un café. Le conocí a través del ritual de la presentación en más de una ocasión.   
        También recuerdo a una amiga, colega en el oficio de la comunicación, que a principios de los años noventa además de estar emparentada con Tite Curet, ya contemplaba la idea de divulgar al mundo la ingente aportación de Tite a nuestra música popular. 
        Cada vez que ví a Don Tite Curet en el Viejo San Juan lo saludaba convencido de que no me recordaría. Lo saludaba porque sí: porque siempre es bueno saludar a la realeza.  Y quizás por esa vieja cortesía de antes, Don Tite siempre correspondía el cumplido.  También vi como se iba poniendo viejo. Aunque a decir verdad, siempre me pareció el mismo… como el Viejo San Juan.
Catalino "Tite" Curet Alonso
Ahora una generación de jóvenes comunicadores, obreros de la cinematografía, ha correspondido a Don Tite con un excelente documento repleto de identidad.  Sin blanqueos ni disimulos lograron descepar la puertorriqueñidad insoslayable de su obra, su contribución y su legado.   Y en la realización que nos han regalado, titulada Sonó, Sonó Tite Curet, no hay espacio para la otredad.  El trabajo es una encarnizada ratificación de lo que somos.  Y de paso, los muchachos de Rojo Chiringa también nos enseñaron que aun si viviéramos en el hielo, encontraríamos cómo calentarnos con nuestra música. Particularmente, con la de Tite Curet.
Hay una composición de Tite para cada uno de nosotros, sin importar vecindarios ni imposturas. Y aunque lo neguemos, estamos en cualquiera de sus canciones, de una u otra manera, pero estamos. Ya sea como Camilo o el mayoral; o como Juan Albañil; o como Concepción; o como cualquiera de las partes de Franqueza Cruel; lo cierto es que alguna canción de Tite nos va como un sayo.  

viernes, 2 de diciembre de 2011


Mis aires de plata, mis ecos en alpargatas;
Rasguñadas van las ganas, de rodillas a la trampa…
Como queriéndose ir mis destinos sobre ancas.
Textiles son mis palabras, sin abrigo en las andanzas.
Y esperando están las flores por una mirada de agua.