lunes, 10 de enero de 2011

Promesas y Epifanías

La invitación surgió en la sobremesa. Y a las siete de la noche, cual lo pactado, íbamos de camino a una Promesa de Reyes. Antes, frente a mi ignorancia, inicié la investigación de rigor para no desentonar la solemnidad del evento. Sabido es que, durante la navidad, existe la probabilidad de que me creyera yo en una fiesta. Bueno, la Promesa de Reyes es una fiesta, pero una muy distinta; es la tradición de implorar a los Tres Santos Reyes por su intervención en un momento de necesidad, a cambio de un pacto personal, con el que un devoto solícito se compromete a pagar una promesa con su adoración.


En Puerto Rico, el día de Reyes, es una celebración cuya intensidad es proporcional a la distancia entre la capital y el campo en el que se celebre. Es decir, a mayor distancia de la capital, más fervorosa la celebración del día de Reyes. Por eso creo que la Promesa de Reyes se ve, por lo general, tierra adentro.

Una vez en rumbo, tardaríamos dos horas en llegar. La Promesa a la que me invitaron es reconocidísima y muy concurrida. Decenas –sino centenas- de personas, concitadas por la costumbre, llegan a la casa de Gracia Rivera, en el Barrio Quebrada Larga de Añasco, para cantarles a los Santos Reyes rosarios y aguinaldos.

A la casita de Doña Gracia se accede por una empinada cuesta y el eco de un rosario cantado vaticina nuestro encuentro. Dentro de este hogar se escuchan tambores, acordeones, güiros, guitarras y cuatros. La gente marca el ritmo a palmadas. Y las voces entonan cánticos alusivos a la epifanía. Esta Promesa a la que me han llevado tiene algo más de ciento treinta años. Pero además de un siglo, tiene folclor y misticismo. Más de cinco generaciones han preservado la tradición. Y no es casualidad, puesto que quien la inició allá por el 1880, obligó a su estirpe. Sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y choznos son deudores y, hasta esta fecha, han honrado la obligación de pagar la promesa.

Son largas horas de aguinaldos en letanías. Improvisados o tradicionales. No se consume bebidas embriagantes, excepto una porción de aromático anís. Se sirve chocolate caliente y algunos entremeses. Allí, en la sala donde los músicos interpretan, hay una urna y dentro de ella puede verse la talla antiquísima de los Tres Reyes Magos. Pero la casa de Doña Gracia esta repleta de otras estampas. Tallas en estantes de madera; fotos de antepasados que también le fueron fieles a la tradición, y figuritas de yeso; emblemas de la epifanía que marcan la religiosidad de esta familia. El evento ya había comenzado días antes. Comenzó con procesiones en el vecindario. La urna que contiene la talla de los reyes es llevada casa por casa. Y los comprometidos pagan su promesa.

Cuatro horas después de llegar al hogar de Doña Gracia, continúan los cánticos. Recesos breves sirven para relevar músicos y cantantes. De momento hay también un cambio generacional. Una adolescente de rostro lozano y ojos inteligentes inicia sus coplas –compuestas por ella- y todos le hacen el coro. Una voz nada juvenil lanza una aseveración en un momento en que solo se escucha el acompañamiento musical: “Con ella, se salva la tradición”.

En ese pase de batón de una generación a otra, hay una epifanía en sí misma.

1 comentario:

Eva Q dijo...

Bueno, es cierto que la tradicion esta de lo mas linda, y vale la pena ser conservada. Casi cualquier excusa es buena para mantener solidos los lazos familiares y comunitarios....mientras nadie se lo crea.
Lo se, esto ultimo suena feo. Lo que pasa es que no le doy valor alguno a la supersticion...