No creo que seamos distintos a otros alrededor del mundo. Es decir, las necesidades que tenemos como seres humanos, nuestros apetitos y preocupaciones sino iguales, son patentemente similares. Lo que me lleva a pensar en Túnez. Un lugar que en alguna época albergó a una potencia llamada Cartago. Un rincón en el mundo donde poco más de diez millones de habitantes, han vivido durante los pasados veintidós años bajo la dictadura de un sátrapa y su esposa, una especie de Imelda Marcos con domicilio en las Mil y Una Noches. Un país que si bien celebraba elecciones, la contundente y reiterada victoria de su presidente, Zine El Abidine Ben Ali, era la mejor evidencia de la traición al juego limpio.
Hasta que el 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi, un desempleado con grado universitario, buscándoselas en un carretón desde el que vendía frutas, fue intervenido por la policía por no contar con una autorización para vender. Los oficiales del orden público le “confiscaron” su exiguo inventario. Ante el atropello oficial, Mohamed presentó una denuncia. El problema fue que la misma no fue acogida. Entonces, algo muy fuerte tuvo que haber sucedido en las conexiones neurológicas del desdichado egresado; demasiado fuerte. No tan fuerte, sin embargo, como para impedirle que le escribiera una nota a su señora madre, en la que le suplicaba por el perdón. Pero lo suficientemente fuerte como para que, en su desesperación, comprara un embase con gasolina, caminara hasta un edificio gubernamental, se roseara el combustible sobre su cuerpo, y se prendiera en fuego.
Un mes después el presidente absolutista Abidine Ben Ali y su esposa abandonaban el país, no sin antes apropiarse de unas cuantas barras de oro.
Y así como pensé en Túnez, regresé a Puerto Rico. Y palpo el desempleo, los suicidios y las frases como “such is life”. La tasa de asesinatos elevadísima en lo que constituye de facto una guerra civil, cuya médula no es otra que el factor económico y las preocupaciones que derivan de dicha variable. La falta de servicios a los ciudadanos. El miedo que nos insuflan. Y no digamos el maltrato institucional al que poco a poco, parece, nos hemos ido acostumbrando.
Pienso en esa Universidad que independientemente de lo que diga el gobierno solo deberíamos plantearnos una pregunta: ¿Será igual o más accesible la Universidad de ahora en adelante? Y escribo Universidad con mayúscula porque por antonomasia, no debería uno entrar en discusiones sobre su calidad. Ínsita es pues la característica por el mero hecho de evocar su concepto.

Al cabo de un abrir y cerrar de ojos, transcurren veinte años más y los mismos nombres continúan dando órdenes y sirviéndose del bolsillo del pueblo. Catorce o veinte nombres. Da lo mismos si fueran cien. Siempre los mismos, solo que con mejores beneficios y oportunidades desproporcionadas para ellos. Aunque pasen veinte años.
Algo así como el presidente de Túnez y su esposa.
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