Tengo la certeza de que Mercedes Bonnie Sampayo fue una de mis primeras amigas en la escuela primaria. Agradable, con una sonrisa agraciada y unos ojos oníricos muy claros, aprehendidos a un estuche de pestañas, como piedras preciosas. Recuerdo el timbre de su voz. Era la voz de la clemencia y la tranquilidad desde la que podía escucharse –certeramente- un halago hasta una advertencia.
Mujer valiente mi amiga Bonnie. Madre de Ivonne, hermana, hija, amiga, compañera, empresaria y seguramente muchos otros roles. Típico en estos tiempos.
La última vez que le vi fue entre un montón de amigos de la infancia y la adolescencia. Hace un año y varios días. Bonnie es el tipo de amiga que recuerdas tal y como la conociste, inmarcesible. Ahora me entero que ha perdido la vida. Lejos. Bastante lejos. Y su hija, de quien me atrevo a decir es su mejor amiga, le ha tocado el dolor y la responsabilidad de traerla a casa. Esto ha sucedido hace apenas unas horas.
Un instante es todo lo que se necesita para quedar en el recuerdo. Para extinguir un futuro y comenzar una historia que se queda incompleta.
Amiga Bonnie, cuánto hubiese deseado despedirme de ti, mirándote a los ojos. Ojala a donde fueras, encuentres la paz como siempre la imaginaste.
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