sábado, 31 de julio de 2010

Cafe II

He tomado café en momentos más felices. Lo he tomado solo y alegre. Enamorado. Solo y paranoico. Embelesado. Acompañado que, si no es absolutamente necesario, es el mejor modo de saborearlo.


Tomé café en todo lugar visitado por mis ojos. En Egipto, fue horroroso. En Rusia y los nórdicos, prácticamente un lujo. En Sur América, aromático y sabroso. En España y Francia, epicúreamente perfecto. En Estados Unidos… Ah, tomar café en Estados Unidos de América. No creo que exista mayor insulto al café, que el modo en el que lo toman los norteamericanos. Pueden intentar engañarme con los Starbucks en sus cincuenta estados. ¿Quién no ha mordido ese anzuelo? Pero luego te percatas de la gran mentira, muy comercial, que incide en los ritos y cultos que merece el dios café. Sí, rindo culto al café; me confieso pagano… y qué?

Ahora bien, hay solo un café irrepetible. El más exquisito de todos; lo extraño. El que merece un rezo. Daría cualquier cosa por beberlo de nuevo. Daría cualquier cosa por encontrarlo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y si no era el café?
¿Y si era algo más que la harina tostada y molida de modo artesanal?
¿Y si la esencia no estaba necesariamente en que se usara solo la variedad arábiga o que tuviera el sabor concentrado de una cafetera espresso?
Tal vez lo irrepetible era su aroma. Tal vez lo que extrañas es el café con aroma de mujer.

Anónimo dijo...

tiene razón Anonimo. Ese irrepetible aroma, es.

Lillian dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Pues yo hago un cafe muy bueno cuando lo cosecho, no sera ese cafe que hablas pero cuando quieras, siempre, te lo sirvo.