Nunca fui supersticioso. Trato de no pisar las líneas que se encuentra uno mientras camina por las aceras. Jamás paso por debajo de una escalera. Evito los espejos rotos y cuando brindo con una copa de lo que sea, miro con insistencia a los ojos de los otros.
Solo por precaución trato de no tentar la mala suerte. Digámoslo de otra manera: evito el riesgo. Ahora, por probabilidades y posibilidades, semanalmente y cuando la suerte me lo permite, apuesto algo de dinero en la lotería. Casi nunca le juego a los caballos.
Recientemente conocí a alguien. Realmente fue un reencuentro. Que buena suerte. Una grata casualidad. Antes, cuando la veia en otras ocasiones, me parecía como extraída de la mitología. Una verdadera revelación. Cada vez que la observaba parecía que ni siquiera tocaba su propio camino. La contemplaba etérea en su sonrisa perfecta. Y sus ojos… ah sus ojos. Capaces de cambiar el destino de cualquier hombre que se detenga por un instante y se imagine en ellos. Menos mal que esta vez no lo dejé a la suerte.
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