¡Juez, es usted un cerdo!
“¿Cómo ha dicho? Ha incurrido usted en un d e s a
c a t o. Alguacil, llévese a este facineroso engallado
y enciérrelo. El tribunal entra en receso”.
“Todos de pie”, dijo el alguacil vestido
con una pelliza como de niño,
gordo y grandulón y de pelo acaracolado.
El magistrado se levantó de su silla
localizada en el estrado. Su amplia toga de color violeta oscuro y con puñetas en
encajes de bolillo, parecía una carpa que se alejaba flotando.
Cuando el juez dio la espalda a las
personas en la sala, un carnicero que por allí aguardaba su día en corte miró
con asombro que, por debajo de la toga,
dos patitas de marrano soportaban el cuerpo de aquel funcionario.
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