domingo, 22 de abril de 2012

El Bosque y su Secreto


Tuve la oportunidad de ser asiduo al bosque de Toro Negro.  Con ese nombre que implica la fuerza y el misterio al mismo tiempo. Localizado hacia al oeste y con algo de terquedad hacia el centro; en esa cordillera vertebral de nuestra Patria, tan tozuda como nuestra identidad antillana.  
Era en una casita sumergida en lo más sibilino del verdor. Como las que dibujan los niños, la casita. Con un arrollo timidón a un costado. Y más sombras que un ladrón.
Cuando llovía, el torrente de gotas galopaba sobre hojas, arboles y cascadas. El manantial del cielo generoso en su diluvio. Y cuando era torrencial, aquel arrollo  medroso  se envalentonaba y de su cauce crecido salía un rugido.
Escondido en la casita, veía como llegaba la neblina. Parecía un buque etéreo y sigiloso que, con resignación, encallaba en la montaña hasta que otra cosa dispusiera el viento.
Pero era cuando llegaba la noche que el bosque descubría su gran secreto, en medio de la oscuridad más onda. Verán, los bosques palpitan. Y sin no me creen, intérnese en uno, solo. Y escuche. Escuche lo que el bosque dice. Escuche como lo dice. Y solo podrá identificar una palabra: Vida.
De día el bosque es una exposición. De noche… es un arrebatado discurso que promete a rabiar que habrá una próxima mañana. De noche el bosque se escucha. Se siente. Y de momento aparece un quejido. Y desde otro lugar nos llega un lamento. Como un bosque insomne. Y el sonido más lejano y más cercano, es una respiración acompasada, el palpitar de una gran grillada que no cesa de pulsar. Vida que aguarda abrir los ojos en la nueva alborada.  

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