viernes, 3 de diciembre de 2010

Extraño a Deep Throat.

No siento asombro por toda esa información que se riega sobre los asuntos diplomáticos de los Estados Unidos y otros países. Es que no es difícil imaginárnoslo. Sí me sorprende, sin embargo, el tono en la reacción de alguna gente.
Políticos, diplomáticos y espías son parte de una zoología omnipresente, pero de distinta especie. Y Wikileaks, o mejor dicho, las reacciones a lo que divulga Wikileaks, así lo patentizan. De momento la libertad de expresión y de prensa se tambalean. La condena y persecución a Wikileaks es un preámbulo muy sospechoso, que de tener éxito, pronto regresará para mordernos.


Y digo esto porque existe una obstinación con eliminar el foro creado por Julián Assange. Wikileaks puede significar una verdadera puerta a la transparencia y un disuasivo al juego sucio. Empero, la reacción represiva es contundente. Ya hay quien ha dicho que “Wikileaks no es una fuente, ni Assange un periodista.” Esto es el primer paso para debilitar la libertad de expresión y el derecho a la información. El dilema del árbol prohibido esta devuelta. Si leemos Wikileaks perderemos el paraíso.

Hay demasiada soberbia e injusticia en el ejercicio del poder. Hay intereses infinitos que proteger. Hay que mantener cipayos a toda costa. Y a la evolución… hay que ponerle bridas de censura.

Sí, evolución. Ya el mensaje de “por la libertad y la democracia” ha rebasado el umbral máximo. Antes sirvió para conflictos que alguna moralidad tenían, dentro de toda su espantosa consecuencia. Ya no. Hemos evolucionado. Ya se intuye por donde y hacia qué se encaminan las guerras, las leyes y la diplomacia. El problema es que rara vez nos lo corroboraban.


Mark Felt - Deep Throat
Mark Felt alias Deep Throat

Excepto ahora, con Wikileaks.

Los gobernantes están dolidos. Ya no tienen cuerpos inmaculados. Ahora sus pústulas están visibles a todos. Y son bastante desagradables. 

A pesar de ello, los políticos quieren  -por todos los medios-  decidir lo que es bueno para nosotros.  Si no nos avispamos, el mensaje será otro, y andaremos más o menos otro siglo de espaldas a la realidad. Nos dirán, como ya han empezado a hacerlo, que todo lo que hace un gobierno es “por la seguridad y en contra del terrorismo”. Y nos mantendrán entre cuatro paredes bombardeados de información tenebrosa que nos desaconseje viajar, preguntar, cuestionar, protestar, diferir y propiciar cambios, no necesariamente en ese orden.

Wikileaks es una simiente muy poderosa, cuyo compromiso es, aparentemente, divulgar información que propiciará debates. Y el debate se centrará en si las instituciones que basan su existencia -y se sostienen- diciéndonos cómo conducirnos en nuestras respectivas vidas, y qué es bueno para nosotros, hacen lo contrario, con el dinero de los contribuyentes y la riqueza de cada país. Es lo que la prensa más seria hizo por años. Watergate, por citar solo un ejemplo. De momento nadie se acuerda de Bob Woodward y Carl Bernstein. Y cuando se habla de Deep Throat, la gran mayoría se sonroja, pero por la razón incorrecta.

Woodward and Bernstein
Bob Woodward, izquierda, y Carl Bernstein tenían
veinte años cuando comenzaron a investigar
el encubrimiento de Watergate (foto po Michael
Williamson The Washington Post)

Con Wikileaks, no se ponen en riesgo los buenos ejemplos, sino que se desenmascara a los impostores. Pero hay impostores muy poderosos a quienes conviene vivir de y desde su impostura. Por eso claman por la más vehemente de las censuras.

Una censura a raja tabla. Hay políticos que piden pena de muerte por alta traición -y larga vida a la ignorancia- a raíz de la divulgación propiciada por Wikileaks. Y ¿desde cuándo es alta traición divulgar a un pueblo que el gobierno y sus aliados juegan sucio? ¿Desde cuándo es traición abrirle los ojos a quienes ignoramos tantos asuntos?

Los diplomáticos han sido algo más moderados en sus expresiones que los políticos. De hecho, han comenzado a contactarse para decirse entre ellos “donde dije digo dije diego”. Y los espías, por razones obvias, prefieren mantenerse en su mundillo de telarañas e intrigas.

Con estos tambores de guerra, dudo mucho que Julián Assange, pueda sentarse en el balcón de su hogar –o su refugio- a ver pasar el cadáver de su enemigo… Es ingente su antagonista. Y este enemigo nace y crece todos los días... por falta de información.




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