sábado, 17 de mayo de 2008

El mejor amigo del hambre, digo, del hombre.





Fido, aterrorizado, devora sus uñas. Lassie cambió su peinado para que no lo reconozcan. Laica, la perra cosmonauta rusa, hizo bien en no regresar jamás.

Dice una noticia de la agencia EFE, que en la ciudad de Phom Penh los perros desaparecen. No, no se han ido al festival de Cannes. Se los roban con un propósito muy noble: alimentar a la población.

El periódico reproduce la noticia decantada, evidentemente, hacia el flanco emocional. Obvia decisión cuando consideramos que un perro, como mascota, se convierte en un miembro más de la familia. Evidente por demás si la noticia exuda morbo.

Pero el periódico que publicó el nuevo menú de las fondas en Phom Penh, quizás debió considerar que dos mil millones seiscientas mil personas de todo el mundo gastan hasta el ochenta por ciento de sus ingresos en alimentos. Millones de personas no tienen dinero para comer. Es, como diría una tía mía, una vida de perros.

Por estas latitudes, no deja de ser una tragedia que alguien decida tragarse a Dino, a Benji o Rintintin. Sin embargo, el aumento de precios de los alimentos, ficticio o real, hace mella entre más de dos terceras partes de la población mundial. Me temo que países desarrollados mantienen un control y monopolio en la producción de alimentos básicos. Comer o no comer, y qué comer: he ahí el dilema.

Acá donde vivo, tal parece que el mal del hambre se hubiera conjurado. Los periódicos hacen referencia al precio de los alimentos como algo cotidiano sin enfatizar que el equilibrio de la vida es frágil. Y que cuando ese equilibrio nos favorece, es a costa de que otros sufran lo peor. Vivimos como si fuera imposible padecer una hambruna. Vemos con horror que alguien se coma a Snoopy.

Esa alocada arrogancia es peligrosa, sobre todo, si la información que trabajan los medios de comunicación raya en lo escandalosamente frívolo. Nuestro periodismo, en su gran mayoría, se abstrae de la información útil y enriquecedora. Esa que nos guía en la oscuridad. La que nos hace mejores personas. Las que nos lleva, en muchos casos, a actuar. La que imparte cultura y nos hace más humanos.

Por el contrario, se complace nuestra prensa en el velo de la señorita debutante y en la promesa repetida y poco ingeniosa del político de siempre; o en la artista que perdió su trabajo cuando se fue a maquillar o por supuesto, en el chino que devora canes.

En esta libertad de prensa que diariamente nos deja en el limbo de la idiotez, es preciso mencionar que los alimentos alrededor del mundo, por la razón que sea, han aumentado en un ochenta y tres por ciento. Los lácteos un 48%; los cereales un 88%; aceites y grasas 106%; el trigo 181%. El arroz, que hace un año se vendía a trescientos veintitrés dólares la tonelada, hoy se paga a mil dólares. La tendencia se mantendrá hasta el año dos mil quince. Se hace urgente un plan para que los alimentos no sean una aterradora necesidad y mucho menos una prenda de lujo.

La noticia es que en el mundo los hambrientos serán más. Que las potencias productoras de alimentos, a pesar de que los producen en proporciones maltusianas juegan al negocio y a la riqueza. Si los pueblos como el nuestro no toman previsiones, podrá leer en uno de esos panfletos cotidianos un nuevo titular:

el que tenga hambre, que se compre un perro.

jueves, 8 de mayo de 2008

Jardín Sereno.


El infierno está en la Tierra. De indefinida topografía y geografía irregular, deambula entre vegas y cantones y hasta en el mismo paraíso. Puede estar en ningún lugar, en uno o en todos a la vez. No lo visitamos. Llega ya con precisión quirúrgica y solo cuando ha partido, nos damos cuenta que estuvimos en el. Nos damos cuenta no en la despedida sino en ese miserable presente que nos deja para siempre.

Benny Ocasio estuvo recientemente en el infierno. El muy rastrero disfrazado de gente le birló su hija.

Y pensar que con todo el amor del padre benefactor, allá fue Benny a comprarle una casa a su niña. El hogar seguro, el castillo para su princesa. Un piso cuyo rubro denominador conquistó a todos antes que cualquier consideración: Jardín Sereno.

En ese serenísimo aposento, sedicioso como siempre, el infierno se asomó para deleitarse en el estrago. El ujier seleccionado encontró suficiente filo sin remordimientos. Abrió los surcos y mostró el camino hacia el averno. La imperfección de su crimen atroz, dejo una vereda de sangre, conducente hacia el irremediable dolor. Luego ese infierno se marchó. A otra tierra, a otro campo, a otro jardín sereno. Benny en lo sucesivo, vivirá el eterno presente del devastador “por qué”.

sábado, 3 de mayo de 2008

Trucha

Caviló sobre esos sentimientos encontrados. No había paradigma que definiera el amor que sentía. Pero tampoco existía experiencia personal que le ayudara a encarar los obstáculos que hacían improbable la relación.

Había encontrado al amor de su vida, y a la misma vez, había dado con un amor imposible. Quería llamarla a gritos; abrazarla fuerte; tenerla entre sus brazos y hasta de ella, recibir una caricia. En más de una ocasión, insomne, las cuchilladas de la soledad lo acribillaban. Herido en el sentimiento, la buscaba. Recordó haberse dicho que la esperaría toda la vida.

Salió a media noche. El instinto le anticipó que no dormiría. Con las manos en los bolsillos se desplazó a través de una noche húmeda. Solo algo llevaba en la cabeza: Ella. Podía dibujar su rostro, sentir su olor, escuchar su voz, oír su risa. Mas sabía que todo aquello quedaba solo en la imaginación. El ardid de las emociones y el demonio del amor. Una amor solitario, una amor único. Viaje de ida, nunca de vuelta.

En verdad no había risa, ni voz ronca, ni olor. No había nada. Solo instantes esporádicos con los que construyó un entramado de ilusiones que se venían abajo después de cada excusa y con cada explicación.

Caminó triste por una acera que se hacía muy larga. Una vez más se preguntó si aquella mujer era su único y verdadero amor. ¿Habrá tal cosa?

Mientras la pregunta retumbaba en todo su pecho, al cabo de un rato divisó la tenue luz de una cantina. Sintió sed. Hubiera dado cualquier cosa por compartir aquel instante con la mujer que lo trasnochaba. Su único y verdadero amor y a la misma vez, un amor imposible. Que desdicha, que desgracia.

Entró al establecimiento con la cabeza baja y los ojos con ganas de llorar. Un anciano tocaba un saxofón. Buscó una mesita anónima. Con la mirada perdida en lejanías interrumpidas, volvió a imaginarla. Siempre ella, tarde, día y noche. ¿Por qué? Con cada visión un ardor en el pecho. De nuevo y como siempre, hilvanando recuerdos.

Un mesero joven, estudiante seguramente, se acercó y le preguntó si quería beber algo.
-Coca Cola Zero- dijo con desgano pero con una sonrisa cortés. El mesero dio media vuelta. El lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista. Sus ojos aguados encontraron al sabio saxofonista. Rostro de niño viejo. Platinado el cabello, blancas sus cejas y barbilla de nieve.

Volvió a recordarla y todo comenzó de nuevo. En verdad, y aunque doliera, lo único que deseaba, era pensar en Ella.

La noria de su mente renovó las soledades mientras el mesero regresaba inadvertidamente con una lata de soda en la mano. El viejo insuflaba notas al instrumento. El sonido del saxo. Parónimo de sexo. Hacía tiempo que no lo escuchaba. Sin saber porqué le vino a la mente la palabra “trucha”. Levantó la vista y mantuvo la misma sonrisa para recibir al camarero. Este le dijo: “Tienes suerte, es la única que quedaba”.

jueves, 1 de mayo de 2008

“La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener.”