
Fido, aterrorizado, devora sus uñas. Lassie cambió su peinado para que no lo reconozcan. Laica, la perra cosmonauta rusa, hizo bien en no regresar jamás.
Dice una noticia de la agencia EFE, que en la ciudad de Phom Penh los perros desaparecen. No, no se han ido al festival de Cannes. Se los roban con un propósito muy noble: alimentar a la población.
El periódico reproduce la noticia decantada, evidentemente, hacia el flanco emocional. Obvia decisión cuando consideramos que un perro, como mascota, se convierte en un miembro más de la familia. Evidente por demás si la noticia exuda morbo.
Pero el periódico que publicó el nuevo menú de las fondas en Phom Penh, quizás debió considerar que dos mil millones seiscientas mil personas de todo el mundo gastan hasta el ochenta por ciento de sus ingresos en alimentos. Millones de personas no tienen dinero para comer. Es, como diría una tía mía, una vida de perros.
Por estas latitudes, no deja de ser una tragedia que alguien decida tragarse a Dino, a Benji o Rintintin. Sin embargo, el aumento de precios de los alimentos, ficticio o real, hace mella entre más de dos terceras partes de la población mundial. Me temo que países desarrollados mantienen un control y monopolio en la producción de alimentos básicos. Comer o no comer, y qué comer: he ahí el dilema.
Acá donde vivo, tal parece que el mal del hambre se hubiera conjurado. Los periódicos hacen referencia al precio de los alimentos como algo cotidiano sin enfatizar que el equilibrio de la vida es frágil. Y que cuando ese equilibrio nos favorece, es a costa de que otros sufran lo peor. Vivimos como si fuera imposible padecer una hambruna. Vemos con horror que alguien se coma a Snoopy.
Esa alocada arrogancia es peligrosa, sobre todo, si la información que trabajan los medios de comunicación raya en lo escandalosamente frívolo. Nuestro periodismo, en su gran mayoría, se abstrae de la información útil y enriquecedora. Esa que nos guía en la oscuridad. La que nos hace mejores personas. Las que nos lleva, en muchos casos, a actuar. La que imparte cultura y nos hace más humanos.
Por el contrario, se complace nuestra prensa en el velo de la señorita debutante y en la promesa repetida y poco ingeniosa del político de siempre; o en la artista que perdió su trabajo cuando se fue a maquillar o por supuesto, en el chino que devora canes.
En esta libertad de prensa que diariamente nos deja en el limbo de la idiotez, es preciso mencionar que los alimentos alrededor del mundo, por la razón que sea, han aumentado en un ochenta y tres por ciento. Los lácteos un 48%; los cereales un 88%; aceites y grasas 106%; el trigo 181%. El arroz, que hace un año se vendía a trescientos veintitrés dólares la tonelada, hoy se paga a mil dólares. La tendencia se mantendrá hasta el año dos mil quince. Se hace urgente un plan para que los alimentos no sean una aterradora necesidad y mucho menos una prenda de lujo.
La noticia es que en el mundo los hambrientos serán más. Que las potencias productoras de alimentos, a pesar de que los producen en proporciones maltusianas juegan al negocio y a la riqueza. Si los pueblos como el nuestro no toman previsiones, podrá leer en uno de esos panfletos cotidianos un nuevo titular:
el que tenga hambre, que se compre un perro.