martes, 26 de febrero de 2008

Esa visita inoportuna

Un día toca a las puertas de tu sueño, como una visita inoportuna y no queda otro remedio sino abrírselas de par en par.
Después de las doce. Antes de las seis. A esa hora llega. Se enclava en medio de tu mente. Como el imprudente que permanece en el centro de la sala, a pesar de suplicarle que se marche.
Tienta la conciencia e inicia el desgrane de ideas. Te conversa e interroga.
Con una magia cósmica retrasa las manecillas del reloj. Es su mejor tortura. La que con mayor encono inflige. Buscas los remedios, las curas, los conjuros y nada lo espanta. Los párpados quedan perplejos. La boca se te seca. Y a ratos miras fijamente en una oscuridad donde poco alcanzas ver. El inventario de sonidos es corto. Tu respiración, alguno que otro coche, tus parpados, las vísceras hambrientas y a veces los latidos del corazón. Vuelves tu cuerpo hacia un flanco. Vuelves tu cuerpo hacia el otro. El ombligo recorre cuatro puntos cardinales y todas las latitudes de la cama. Estás solo. Solo con Insomnio. Solo los dos. Solo uno.

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