sábado, 19 de enero de 2008

Un hombre silencioso

El 25 de diciembre de 1936 Jorge Luis Borges escribió sobre el silencio literario (y literal) de un escritor argentino. Efeméride al sigilo de un autor cuya última obra era un volumen de poemas –sonetos- titulado La Urna. El libro fue publicado en 1911, por lo que Borges glosaba una ausencia de veinticinco años. El autor de aquellos poemas, a pesar de estar en “posesión de maestría ilimitada”, prefirió callar su pluma. Aun después de cinco lustros la obra conservaba una contemporaneidad clásica. “Un libro nuevo” lo llamó Borges aunque ya llevaba veinticinco años publicado en el 1936.

De pronto me doy cuenta que vivo en el 2008. Han transcurrido setenta y dos años desde que Borges apostilló su comentario y noventa y siete años desde que La Urna abandonó la imprenta. El artículo de Borges me parece actual y vibrante a pesar de haberse escrito, más o menos, cuando nació mi madre. Ese estilo depurado y erudito. Bueno, es Borges.

Confrontar al autor que enmudeció hace noventa y siete años es entonces mi próximo paso. Se llama Enrique Banchs y escribió toda su obra entre el 1907 y el 1911. Su último libro lo escribió a los veintitrés años. Banchs nació en el 1888. Alguna cábala debe haber rodeado a los que nacieron en ese año. Falleció en 1968.

Inicio la búsqueda que me conduzca a su obra. Y encuentro, felizmente, muchos de los versos incluidos en La Urna. Los consumo con un apetito curioso. Veo sus formas, su texto, y su verbo. Un genio de 23 años, cuya obra tiene noventa y siete y el eco de su poesía llega por accidente vía una crítica literaria que tiene setenta y un años. Interesante albur. Quedo convencido que los poemas de Banchs son imperecederos. Acá divulgo unos cuantos.

I
Entra la aurora en el jardín; despierta
los cálices rosados; pasa el viento
y aviva en el hogar la llama muerta,
cae una estrella y raya el firmamento;
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canta el grillo en el quicio de una puerta
y el que pasa detiénese un momento,
suena un clamor en la mansión desierta
y le responde el eco soñoliento;
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y si en el césped ha dormido un hombre
la huella de su cuerpo se adivina,
hasta un mármol que tenga escrito un nombre
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llama al Recuerdo que sobre él se inclina...
Sólo mi amor estéril y escondido
vive sin hacer señas ni hacer ruido

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II
Hospitalario y fiel en su reflejo
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir, está el espejo
como un claro de luna en la penumbra.
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Pompa le da en las noches la flotante
claridad de la lámpara, y tristeza
la rosa que en el vaso agonizante
también en él inclina la cabeza.
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Si hace doble al dolor, también repite
las cosas que me son jardín del alma.
Y acaso espera que algún día habite
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en la ilusión de su azulada calma
el Huésped que le deje reflejadas
frentes juntas y manos enlazadas.

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