domingo, 23 de diciembre de 2007

Del Amor y Otros Demonios

Del amor y otros demonios.

Tomo el título prestado de ya saben quien*. Hace mucho descubrí que el amor es la fuerza que mueve al mundo. Nos enamoramos de nuestras parejas, de nuestros hijos, de nuestro trabajo; hay quien se enamora del dinero y de sí mismo. Hay quienes aman tantas otras cosas como alternativas y situaciones existen en la vida. De ahí que cuando se ama algo, lo que sea, se conjuga el sentimiento, la emoción y las acciones y ocurren toda suerte de resultados. He visto en los ojos de ex militares un brillo particular al extrañar por un momento el combate. Inaudito, pero así es. Pero también he visto obras que son dignas de admirar y solo existen porque quien las hizo amó entrañablemente. Ese es el amor que prefiero por ser constructivo. Me refiero a ese amor que inspira a un artesano en su obra, a un científico en su investigación altruista, el que inspira a los iluminados. Me motiva además el más simple -pero a la misma vez el más complicado de los amores- el de un hombre por una mujer.

Algo claro debe quedar: el amor no necesariamente es una brújula hacia una vida sin sufrimientos. A veces es un mapa hacia ellos. Es el camino enamorado lo que nos fascina. Ese periplo en el que encontramos felicidad día a día, aun en los momentos más difíciles. Es, después de todo, lo que nos inspira. Por amor me atrevo a soñar. Pero también por amor, he confrontado realidades que sacuden. El amor no escapa a las tragedias. De éstas hay unas cuantas versiones antidiluvianas.

Por amor a Cleopatra, Marco Antonio tuvo que enfrentar a Octavio. El saldo de aquel romance fue una flota de barcos destruida, expediciones de legionarios a Egipto y el final de la gran civilización.

Amor vivió la hija de los reyes católicos de España. Tristemente recordada como Juana La Loca. Su trastorno tiene que ver más con las injusticias que afrontó y por supuesto, la falta de compromiso del que llamaban “el hermoso”. Felipe, estuvo enamorado de Juana pero, más se amaba el mismo. Amaba el poder y nunca correspondió a Juana con la misma pasión que esta sintió por él.

Se cuenta también que Isabel de Segura y Diego Marcilla dieron origen a la leyenda de los Amantes de Teruel. Tras solicitar la mano de su amor, Diego es rechazado por su condición económica. Pidió tiempo para cambiar su suerte. Después de cinco años de ausencia, en la que procuró fortuna y reconocimiento, regresa Diego para encontrar que el gran amor de su vida contrae nupcias ante el altar en ese preciso instante. El despechado amante piadosamente solicita a Isabel un beso, lo que le es negado. Diego, infeliz, fallece instantáneamente a los pies de su amada. Al día siguiente vestida de luto, Isabel acude a los actos fúnebres y corre igual suerte tras darle un beso al que fue su gran amor. Tirso de Molina inmortalizó la historia que ya corría con varios siglos de divulgación.

Nuestro hemisferio también cuenta con leyendas de amor y tragedia. Sucedió en Chile. La princesa mapuche llamada Hues y el príncipe pehuenche de nombre Copih se amaban aunque provenían de etnias rivales. Los amantes fueron sorprendidos en una laguna y sus respectivos padres les dieron muerte. Quedaron dos lanzas en aquel lugar como seña de la desgracia. Un año después, dice la leyenda, las respectivas familias acudieron a conmemorar el hecho. Sorprendidos quedaron cuando vieron que las lanzas estaban entrecruzadas con una planta enredadera. Dos flores unían las jabalinas. Las tribus se reconciliaron y llamaron a la flor Copihue, que es la unión de los dos nombres y en estos tiempos la flor nacional de Chile.

Se puede navegar en los mares de tinta derramados por amor. Hay quien recorrió mundos y erigió maravillas simplemente por estar enamorado. Shah Jahan, emperador mogol de la India, inconsolable ante la pérdida de quien fuera su gran amor construyó el Taj Mahal, una edificación de admirables e inconfundibles formas, hoy, patrimonio de la humanidad. Mucho antes que él, Nabucodonosor II resuelto en demostrar su amor, ordenó la construcción de una de las siete maravillas del mundo antiguo: los Jardines Colgantes de Babilonia. La musa de aquella obra curiosamente llevaba por nombre Amytis.

Pero el título de estas palabras es el “Amor y otros demonios”. Sobre estos últimos también tengo algo que decir. Por ejemplo, ese íncubo que llamamos miedo. Un germen que apolilla nuestros sentimientos y nuestros actos. El miedo no es precaución. El miedo es un sentimiento infundado. Se teme lo que no se conoce. Tan villano como el que más, el miedo limita nuestras acciones y nuestros logros. Nos lleva al prejuicio. Por miedo se espanta, en más de una ocasión, al amor. Por miedo se portan armas. Por miedo se encarcelan inocentes. Irrespetamos principios, valores y opiniones por miedo. Por miedo vivimos aislados sin disfrutar mucho de lo que la vida nos ofrece. Por miedo vivimos en ansiedad y cerramos los caminos a la felicidad.

Hoy tengo que decir que prefiero el amor sobre todas las cosas. Creo que sirve de panacea y aunque nos ciega, es una invidencia deliciosa que nos conduce al arrojo, a grandes empresas y al éxtasis; destila nuestro espíritu para extraer el mejor sumo de nuestras almas y nos ayuda a propagar nuestras buenas intenciones.

Es un gran refugio el amor, sin necesariamente encarcelarnos. Si no es correspondido, no deja de inspirarnos. Pero cuando lo es, entonces la inspiración se torna en una herramienta para la acción. Enamorémonos sin miedo.

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