Mantener un Blog es prácticamente un pacto con el diablo. Luego de establecerlo te dices y repites por qué diablos lo hice. Se muy bien cuál diablo. Es el que nos inspira y nos lleva a escribir. Ese pequeño deseo endemoniado, a veces inocuo y otras devastador, que yace bajo nuestra piel y lanza punzadas de inspiración como el corazón sus latidos. Nos hace sentir vivo el vil demonio ese. Y obliga a un compromiso que se deleita en el remordimiento. Si no escribo, y muchas veces no lo hago, siento que la irresponsabilidad me arropa. Y cuando enfrento el ordenador, o la página en blanco, me pregunto por qué estoy aquí. Es una trampa enajenante esto de querer escribir.
Supongamos que se quiere escribir porque un relámpago de inspiración nos sorprendió, como suele suceder, en un momento poco oportuno. Por ejemplo, luego de conocer a esa persona. Por ejemplo, luego de aquellas dos copas. ¿Qué hacer? Hilvanar la idea en un esquema mental y tratar de preservarlo hasta llegar ante el papel, o sencillamente como una emisión, desbordar la inquietante necesidad en una pared? Que hacer?
Apuesto que si bien existen grandes y buenos escritores con sus manuscritos publicados o en ciernes, deben existir otros tantos que dejaron sus mejores obras en el fondo de un vaso o al relieve de un mantel. Bien dijo Voltaire (otros alegan que Picasso) la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando. Y trabajar es lo que supone la existencia de un buen blog.
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