miércoles, 1 de junio de 2011

Efemérides




No importa cuánto cumplan, el aniversario de nuestros seres más queridos siempre entraña la mejor razón para una conmemoración genuina. Una apología a la vida. Un reconocimiento al trayecto que yace adelante, y una humilde gratitud al tiempo rendido.


Y sin importar avatares, cuando uno de nuestros hijos (o hija en mi caso) celebra su efeméride más importante, hay un regocijo prodigioso. Celebrar un cumpleaños es recorrer senderos luminosos en nuestra memoria, desde aquellos primeros latidos que intrusivamente buscamos a partir del vientre, hasta las carcajadas jaraneras de sus bocas. Es quizás el único y verdadero milagro: existir por un tiempo, el que sea, y celebrarlo.

Cuando alabamos esa presencia, celebramos un pedazo nuestro, animado por cuenta propia, que a su vez nos regala felicidad y otras veces uno que otro desvelo. Y nunca dejan de ser algo maravilloso.